Muchas veces, las personas decimos, escribimos o hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos. En frío, lo habríamos dicho o hecho de manera menos dura, lo habríamos intentado expresar o conseguir por otros medios o, directamente, nos lo habríamos callado o lo habríamos evitado. En la cima de nuestra alegría o de nuestro enfado, sin embargo, nada ni nadie nos paró. Más tarde (a los pocos segundos, al día siguiente, pasado un tiempo, …), se sienten los efectos del despiste, que varían en cada caso.
En las comunicaciones del ámbito personal, no suele haber registro de lo sucedido cuando son orales, así que, pasado un tiempo, si no se ha ido muy lejos ni hay interés en dañar a uno, queda olvidado, en una especie de perdón implícito, que, como los demás, no evita que, a conveniencia, se pueda rememorar lo que ocurrió. Aunque cuando son escritas sí hay pruebas de lo expresado, suele haber poca gente que tenga acceso a dichas comunicaciones, así que sucede lo mismo. El peligro está en que esa información llegue a quien la pueda usar para hacer daño. De hecho, en otras ocasiones, algunas personas fotografían, graban o registran a otras en alguna situación comprometida para ellas con el objetivo de utilizar estos datos para chantajearlas. También encontramos el caso de las personas que difunden datos privados de otras.