Le pregunto a Breton por el curioso intento que hizo —con Aragon, Vitrac y una cuarta persona cuyo nombre no recuerdo— de poner en práctica el precepto del Manifiesto: Id por los caminos. Echaron a suertes el punto de partida, que resultó ser un pueblo de Loir-et-Cher: desde ese punto fueron al azar por el campo, a veces a pie y a veces cogiendo el tren para recorrer unas cuantas estaciones. Salió muy mal: Aragon tuvo la primera noche una agarrada con Vitrac, quien se volvió a París. Me cuenta Breton que los ánimos se agriaron enseguida: en las posadas rurales los miraban con suspicacia y no les daban habitación: con las largas etapas por las carreteras iba a más la sensación de malestar. La expedición concluyó enseguida en el tren de París y volvieron a la calle de Fontaine.
Y, no obstante, ese fracaso ridículo no testimonia, desde mi punto de vista, en contra de una empresa que sigue siendo ejemplar. El surrealismo es así, y ésa es su gloria secreta: está lleno de salidas que ninguna llegada podrá desmentir nunca.
Julien Gracq
Capitulares
Foto: Miembros de la Oficina Central
de Investigaciones Surrealistas, 1924.
(De izquierda a derecha, de pie: Jacques Baron, Raymond Queneau, Pierre Naville, André Breton, Jacques-André Boiffard, Giorgio de Chirico, Roger Vitrac, Paul Eluard, Philippe Soupault, Robert Desnos y Louis Aragon; sentados: Simone Breton, Max Morise, Marie-Louise Soupault)