Vamos al mar a tirar lo que ya no sirve,
lo que nos sobra o nos estorba.
Vertemos en él todo lo que ya no queremos…
un amor imposible,
un sueño perdido,
una salida inevitable,
unas cuantas lágrimas vencidas.
“Nuestro llanto es de sal y al agua salada ha de retornar”, es lo que pensamos,
y dejamos nuestros desechos a su suerte…
Abandonando en la arena nuestras angustias,
remojamos los pies en las aguas tibias para
ahogar los sentimientos partidos
y romper en las olas nuestros tormentos.
Un abrazo del mar y lavamos todas las penas que nos han dolido…
¡Como si eso nos fuera a salvar!
Como si nos fuese a liberar.
Y no, todas las lágrimas del mundo no caben en un solo mar.
Día a día, año con año.
Seguimos descargando nuestra inmundicia en su lecho
que perece ante nuestra sentencia.
Invadimos su espacio con el nuestro,
alimentamos su ferocidad,
infectamos su existencia
y agotamos su infinita imperturbabilidad.
Pero todo llega a su límite.
¿Ves esa sombra?
Sí, la que se levanta sobre nosotros
como un monstruo resentido.
Es la gota que colmó al mar.
Visita el perfil de @anissette