Cada mañana colocaba la hoja sobre mi escritorio, y esperaba en vano a que la llenara un favor divino; entraba en el altar de Dios, los instrumentos del ritual estaban en su sitio, la máquina de escribir a mano izquierda y las cuartillas a mano derecha, el invierno abstracto a través de la ventana nombraba las cosas con más precisión de lo que hubiera hecho el verano profuso; revoloteaban unos paros, que sólo esperaban ser dichos, variaban los cielos, cuya variación podría reducirse a dos frases; vamos, el mundo no sería hostil si se volviera a engarzar en el vitral de un capítulo. Estaba rodeado de libros, benévolos y llenos de recogimiento, que iban a interceder a mi favor; la Gracia seguramente no se resistiría a tan buena voluntad; la preparaba yo mediante tantas maceraciones (¿acaso no era pobre, despreciable, acaso no destruía mi salud con excitantes de todas clases?), tantas plegarias (¿acaso no leía todo lo que se puede leer?), tantas posturas (¿no tenía el aspecto de un escritor, su imperceptible uniforme?), tantas Imitaciones picarescas de la vida de los Grandes Autores, que no podría tardar en llegar. No llegó.
Pierre Michon
Vidas minúsculas
Traducción: Flora Botton – Burlá
Editorial Anagrama
Foto: Pierre Michon, por Richard Dumas
