Revista Cine
Siempre que se produce algún tipo de crisis, analistas e historiadores estudian sus orígenes con el propósito de evitar que vuelva a suceder. Sin embargo, eso rara vez funciona. El hombre tropieza una y otra vez con las mismas piedras, solidificadas a partir de duros minerales como, en el caso de las crisis económicas, la codicia.
La crisis económica originada en 2007, cuyas consecuencias aún padecemos, es abordada en La Gran Apuesta, película dirigida por Adam McKay. El film no es sólo una crónica semidocumental de la actividad bursátil en las vísperas del estallido de dicha crisis sino también un análisis lúcido – y de descorazonadoras conclusiones - de las psicologías de diferentes inversionistas y gestores que viéndola venir no sólo no advirtieron de su inminencia y gravedad, sino que aprovecharon para sacar partido. Estamos hablando, en definitiva, de buitres sobre el moribundo capitalismo reciente.
La Gran Apuesta arranca en los años 80 cuando se decide ofrecer al mercado bursátil productos más atractivos que los bonos de la época. Es el prólogo de lo que sucedió a continuación. Ya en el presente siglo, el personaje al que interpreta Christian Bale, un médico metido a gestor de fondos y aquejado de un tipo de autismo conocido como síndrome de Asperger, descubre el alarmante estado del mercado inmobiliario. De ese descubrimiento se aprovecha el personaje de Ryan Gosling - un tiburón al estilo del oliverstoniano Gordon Gekko -, el inversor interpretado por Steve Carell y dos jóvenes inversores que son asesorados por un banquero retirado, Brad Pitt. Como se puede ver, los actores son todos muy conocidos y valorados y brillan a gran altura en la película, en la que también vemos cameos de estrellas como Margot Robbie o Selena Gómez, que añaden momentos de distensión, ya que el humor está muy presente. Adam McKay rueda La Gran Apuesta con pulso firme. Es una película entretenida y ágil, una de las mejores que se han realizado sobre el tema de la crisis, y superior, por ejemplo, a la excesiva El Lobo de Wall Street y al romo documental Inside Job. McKay, curtido en comedias, le da un tono sarcástico a La Gran Apuesta, que la convierte en producto finalmente agridulce, algo muy adecuado. Resulta cómico ver a estos personajes, un tanto frikis y outsiders, jugando a las finanzas como si lo hicieran al Monopoly, aunque no estuvieran jugando con fichas sino con seres humanos.
Se ha criticado mucho el constante uso de términos financieros. En principio puede parecer un error porque es fácil para el público desconectar de la película abrumado por tanto tecnicismo. Sin embargo, eso es en gran medida necesario para mostrar como los ejecutivos se escondían tras palabras como swaps, cdos etcétera, para hacer ininteligibles e inaccesibles sus manejos a los clientes; además, los árboles de la jerga financiera no evitan que se vea el bosque de La Gran Apuesta, una fábula moral en la que habitan zorros y buitres y que finaliza con una perversa moraleja: si robas sales indemne, los perjudicados son los robados y estafados. Así ha sido la historia del capitalismo reciente. Y seguramente se volverá a repetir.