A veces uno no puede evitar verse influido por lo que ha leído acerca de una película que no ha visto todavía cuando debería haberlo hecho hace tiempo. La gran belleza, ganadora de grandes premios, incluido el Oscar a la mejor película extranjera y habiendo suscitado todo género de críticas elogiosas, es una de esas producciones que a las que no puede uno acercarse con total objetividad. Precisamente eso fue lo que intenté ya que, después de todo, tampoco estaba completamente seguro de lo que Paolo Sorrentino iba a ofrecerme.
Si hay alguna ciudad capaz de provocar en el visitante brotes prolongados de síndrome de Stendhal - obviando Florencia, donde se originó - esta es Roma. Ya en la primera escena la capital italiana provoca el colapso de un turista que no puede aguantar la visión de tanta belleza. Pero existe otra Roma, una ciudad oculta, accesible solo para un puñado de privilegiados, que son los personajes que retrata esta película. Son gente que prefiere vivir de noche, moverse de fiesta en fiesta y, de vez en cuando, expresar sus quejas por lo aburrida que es la existencia. Son seres herederos de Fellini, pero con un poso bastante evidente de amargura. Jep Gambardella (Toni Servillo) es una suerte de maestro de ceremonias para el espectador, un guía que nos va mostrando las grandezas y miserias de este submundo en decadencia, poblado por gente que quisiera fundirse con la eternidad de su ciudad, pero que no se da cuenta de que su discurso es vano y pedante. Nada que ver con los que le precedieron. Son una clase en franca retirada, que habita en un limbo en el que se fusionan de mala manera tradición y modernidad.
Desde mi punto de vista lo mejor, con diferencia, de la propuesta de Sorrentino es el retrato que hace de la ciudad de Roma, ayudado por la fotografía exquisita de Luca Bigazzi. Hay películas que no pueden ocultar su enorme vocación estética y esta es una de ellas. La ciudad es un personaje más, un personaje inmortal que empeñece al resto, unos meros parásitos que solo han tenido que heredar lo que tienen de sus antepasados. Ayer en nuestra gastroquedada, hubo división de opiniones. A la mayoría el film les pareció sublime, una auténtica obra maestra. Otros pusimos algunas objeciones, en cuanto al retrato de los personajes y respecto a la excesiva duración de la película, que se recrea demasiado en detalles artísticos sin establecer una auténtica trama más allá de las banalidades de los protegidos de la fortuna. En lo que sí estuvimos todos de acuerdo es en que se trata de una obra que requiere más de un visionado. Sin duda la abordaremos de nuevo, dentro de un tiempo.