“El deseo de poner a la humanidad a las riendas es lo que motiva la mayor parte de los tratados de economía“. Es lo que pensaba Alfred Marshall en el Londres de los años 70 del siglo XIX, una ciudad por la que ya no caminaba Dickens aunque seguía mostrando escenas de pobreza dickensianas. Hoy, cuando de las aceras de muchas ciudades europeas brotan hombres arrodillados, intuyo que 9 de cada 10 españoles, griegos, irlandeses y portugueses piensan que estamos muy lejos de cumplir ese deseo. La estadounidense Sylvia Nasar, autora de ‘La gran búsqueda’, es más optimista.
Su historia de la Economía es una brillante narración en la que el progreso es una línea continua, apenas frenada por duras crisis siempre superadas. El gran mérito de Nasar es construir una historia en la que se pueda apreciar este avance continuo mientras nos muestra las virtudes, debilidades y fobias de los genios. No deja de sorprenderme que Marx escribiese ‘El Capital’ sin visitar nunca una fábrica, que Keynes, a pesar de su sabiduría, perdiese una fortuna en la bolsa porque fue incapaz de prever el gran crack del 29 o que los inteligentes Webb no viesen que la dictadura soviética no era la alternativa.
El relato de Nasar es una carrera de relevos – no dejéis de pinchar aquí – en la que el testigo del conocimiento económico supera las vallas cada vez más altas de las crisis. Al pesimista Marx, le releva el optimista Alfred Marshall, que sí visitó fábricas a ambos lados del Atlántico y advirtió que los obreros no eran autómatas encadenados sino que influían, y mucho, en la mejora del trabajo, lo que obligaba al empresario a incentivar su labor. Donde se detiene Marshall, prosiguen Beatrice y Sidney Webb, que expresan por primera vez de forma clara y sistemática los pilares del estado de bienestar en la primera década del siglo XX.
Los Webb encontraron un aliado político en alguien tan poco revolucionario como Winston Churchill, quien ya en los años previos a la Primera Guerra Mundial pensaba que el Estado debía garantizar, escribe Nasar, “un seguro de desempleo y de incapacidad laboral, la escolarización obligatoria hasta los diecisiete años, la sustitución de la asistencia a los pobres por la provisión de empleo público mediante la construcción de carreteras y la nacionalización de los ferrocarriles”. Basta ver lo que pedía entonces Churchill para advertir el retroceso que vivimos ahora, en un camino de servidumbre muy diferente al augurado por Hayek, uno de los pocos economistas que vio venir el crack del 29.
“Es posible que en el estado actual del conocimiento humano no estemos capacitados para entender una crisis tan vasta y novedosa (…) En todo el mundo no hay ningún profeta que nos ofrezca observaciones que puedan considerarse suficientemente amplias y oportunas (…) Ésta es también una crisis del conocimiento humano, y nuestros peores errores no han surgido de la malevolencia sino de la falta de previsión”. El periodista Walter Lippmann hizo este comentario a Keynes durante la emisión el primer programa de radio transatlántico. Si no fuera por la última frase, podríamos pensar que esa crisis vasta y novedosa a la que se refiere es la que vivimos, pero estas líneas citadas por Nasar tienen 79 años.
Ningún país fue capaz de encontrar una solución racional a la crisis. Y es aquí donde el testigo del progreso se cae al suelo, en mitad de la carrera. Mientras que Estados Unidos arrastró elevados índices de paro y pobreza hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Alemania, Italia y Japón dispararon su gasto militar para iniciar aquella guerra. Hoy, la Gran Depresión es ya la única referencia para la crisis que sufrimos y, lamentablemente, sabemos que no fueron los economistas los que encontraron la salida. Incluso en 1944, cuando la victoria de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial parecía inevitable, Paul A. Samuelson temía que la llegada de la paz trajera también el retorno de la crisis económica. Se equivocó. Ahora que España está a punto de llegar a los 6 millones de parados, es obvio que nuestra política económica es errónea. La cuestión es cuánto tiempo tardarán quienes nos mandan en admitirlo y hacer realidad el deseo de Marshall.
Pd.: A los que habéis llegado hasta aquí, os dejo como premio este vídeo genial de econstories.tv. Nunca vi un esfuerzo tan grande por contar de forma divertida y didáctica dos teorías económicas. Suena la campana y empieza el combate.