Por,
Juan B. Lorenzo de Membiela
Durante el periodo de entreguerras mundiales (1920-1930) occidente experimentó los mayores avances científicos y técnicos del s. XX. Muchos han condicionado la economía de hoy: se diseñó el concepto de empresa moderna y su dimensión internacional a través de corporaciones multinacionales (Frieden, 2013: 231) . Hoy se la conoce como « globalización».
Pero tambien la gran empresa indujo dos consecuencias sociales: los movimientos obreros y la desaparición de los sectores productivos más débiles, pequeños empresarios y agricultores, cuyo descontento nutrió a partidos de corte fascista. Su ideario político se construyó sobre la crítica a las grandes empresas, sobre el miedo que ocasionaban los partidos marxistas y sobre los extranjeros que competían con los nacionales en una escasa oferta de trabajo.
Esa bipolarización, fascismo-marxismo, de carácter extremo, en una coyuntura de continua recensión y desempleo degeneró en la II Guerra Mundial. Hecho más que suficiente para reflexionar sobre la importancia de le economía como condicionante de la vida del hombre y de sus sociedades.
En enero de 1936 el “Left Book Club”, asociación de carácter laborista, asignó a George Orwell una investigación sobre la situación social creada por la Depresión de 1929. Esta se recogió en su estudio de marzo de 1937: « The road to Wigan Pier» , en donde se describe la situación de los desempleados: « (…) jóvenes mineros y recolectores de algodón que contemplan su destino con la muda estupefacción del animal caído en una trampa (…).Los habían educado para trabajar y ahora parece como si nunca fueran a tener la posibilidad de hacerlo de nuevo (…) ».
En Alemania, ante desamparos semejantes, durante el periodo 1925 hasta 1929, las asociaciones obreras exigieron al gobierno un incremento de salarios, impuestos y gastos sociales que ascendió a 18.225 mll. de marcos. Cuantía que comprometió un tercio de los ingresos de la nación y, con ello, el abono de las reparaciones de guerra del Tratado de Versalles.
Nada impidió racionalizar esta situación que fue criticada por economistas. Suponía expropiar la economía en provecho de una clase con una consecuencia: el encarecimiento de la producción, una pérdida del valor dinero y con ello una mayor necesidad de crédito y capital (Spengler, 2011:160 y 165) . Nada importaron los índices de ventas de los productos porque esa era cuestión del empresario o patrón…
No han pasado a la historia las ideas derivadas de la lucha de clases y sus efectos. Cabe que el término resulte enmohecido en pleno s. XXI. Sin embargo, su vigencia perdura bajo otras apariencias que no necesariamente se ubican en un solo extremo del abanico político: El rechazo de la individualidad ( Röpke,2010:218) , el elogio de lo vulgar, el inmovilismo y burocratización del poder, la negación del sacrificio, el victimismo, la ubicuidad del egoísmo, el reproche de lo creativo, la tiranía de la cantidad, la locuacidad como cultura, la postergación de la calidad, el ensalzamiento de la mediocridad, el rechazo de la responsabilidad, el abuso del poder olvidando lo objetivo y lo imparcial.
Si la finalidad de los países fuesen la riqueza, la cultura o la felicidad de los ciudadanos, no habría conflicto alguno. Pero eso no ocurre porque tanto a nivel individual como colectivo, prima la importancia de la nación. Por ello, afirma Rusell, la limitación del crecimiento de los Estados es causada por los nacionalismos (Rusell, 2013:162) .
Nacionalismos, crisis, despotismo y solamente la innovación para superar las pesadas cargas del egoísmo humano para que fructifiquen economías que garanticen un presente y un futuro para que el hombre siga siendo hombre con dignidad.
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Frieden, J.: (2013): Capitalismo global, Barcelona: Paidos.
Orwell, G., (2001): The Road to Wigan Pier, London: Penguin Modern Classics.
Spengler, O., (2011): Los años decisivos, Madrid: Áltera.
Röpke, W., (2010): La crisis social de nuestro tiempo, Madrid: El buey mundo.
Russell, B. (2013): El poder, Barcelona: RBA.