En Grecia no hubo un milagro como el español, gracias al cual aquí se dio un salto gigantesco en calidad de vida y previsión social, incluyendo la sanidad para todos, con redes públicas y privadas de ayuda a los más necesitados.
España fue muy pobre. Pero durante el tardofranquismo y, sobre todo, gracias al “Régimen del 78” -- como califican despectivamente los de Podemos, cuyos tutores bolivarianos tienen cada vez más niños mendigos y más asesinados y asesinos por las calles--, se crearon miles de medios y formas de trabajo que acercaron notablemente su renta a la de los países más avanzados.
En las décadas de los niños mendigos españoles, tras la guerra civil, Grecia no era más rica ni más pobre, pero ahí se quedó.
No crearon prosperidad, no ofrecieron confianza como para que hubiera inversores, sólo espejismos, y sus dirigentes, socialistas y conservadores, engañaron al mundo aparentando una riqueza inexistente, exhibida gracias a créditos de la odiada troika, aunque quieran cambiarle el nombre: FMI, BCE y Comisión Europea.
Si nos escandaliza la corrupción española, la griega es para multiplicar por diez, con el agravante de que es transversal y abraza prácticamente al conjunto de la sociedad, en la que casi todos evaden impuestos.
La demagogia es la bandera de sus partidos, moderados y extremistas. De ahí que los sindicatos, por ejemplo, lograran que el salario mínimo fuera el 50 por ciento superior al español, cuando su renta per cápita es poco más de la mitad.
Otro ejemplo: los salarios medios en los ferrocarriles, avejentados y con pocos viajeros, llegaban a los 70.000 euros, incluyendo a los barrenderos. “Usar taxis nos saldría más barato”, dijo un ministro.
Insensatez generalizada, sí: ahora, cuando la troika pide cuentas, se elige un partido de ultraizquierda, coaligado con la ultraderecha, mientras los nazis son la tercera fuerza parlamentaria.
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SALAS