Este artículo trata de rescatar del olvido la película " La gran ilusión ", de 1937, obra maestra del director francés Jean Renoir, que además de dirigirla escribió el guión, basado en su propia experiencia bélica. Esta cinta casi enterrada por el tiempo y la industria me parece una de las grandes obras del cine por su sencillez aparente, su humor sutil, sus personajes memorables y sus excelentes diálogos.
Está claro que la guerra es un tema que atrae la atención del espectador. Las películas sobre este tema han tenido y siguen teniendo tanta presencia en el cine que constituyen un género propio: el bélico. Y como cualquier otro género, éste ha parido películas de todos los pelajes y calidades, aunque la gran mayoría de ellas no dejan de ser más que un subgénero especialmente violento del cine de acción.
Sin embargo, dentro de este cine hay, paradójicamente, un conjunto de películas que contienen, en mayor o menor medida, lo que podría llamarse un menaje antibelicista. La mayoría de ellas, y dada la potencia de la industria cinematográfica norteamericana, llevan un mensaje de autocrítica sobre las guerras en las que este país se ha involucrado. Ahí tenemos, por ejemplo, sobre la guerra de Vietnam, a Platoon o Apocalipse now. La SGM está presente en La delgada línea roja, Cartas desde Iwo Jima o la tan excelente como desconocida coproducción norteamericano-japonesa Oba, the last samurái. Y más recientemente han ido apareciendo algunas cintas sobre las guerras del Golfo o las intervenciones de EEUU en conflictos de oriente medio.
Cabría mencionar otros conflictos y otras nacionalidades, pero, paro no extenderme demasiado e ir aterrizando en el objeto de este artículo, cabe mencionar un ramillete de películas antibélicas sobre la Primera Guerra Mundial, entre las que destaca la producción norteamericana Senderos de gloria, dirigida por Stanley Kubrick y magníficamente protagonizada por Kirk Douglas. También podemos mencionar Adiós a las armas, basada en la novela homónima de Hemingway, La vida y nada más, de Bertrand Tavernier, o la coproducción paneuropea Feliz Navidad (2005), basada en una tregua espontánea que se produjo en el frente occidental en la navidad de 1914.
La gran ilusión es una película francesa, del director Jean Renoir, que versa también sobre la Primera Guerra Mundial. Se trata de una cinta en blanco y negro, del año 1937, es decir, en puertas del siguiente conflicto mundial, y en ella se narran las aventuras y desventuras de unos oficiales franceses prisioneros de los alemanes. Da comienzo con el derribo de un avión francés y la consiguiente captura del piloto y el copiloto por un excéntrico comandante alemán que los invita a almorzar y les pide sinceramente disculpas por el incidente. Los pilotos recién capturados son trasladados a un campo de prisioneros, especial para oficiales, en el que conocen a otros oficiales con los que forman un heterogéneo grupo donde cada cual tiene su carácter, su origen social y su posición económica. Como es de rigor, hay varios intentos de fuga, algunas algaradas y no pocas disputas con los alemanes o entre los propios franceses (aunque en el campamento de prisioneros hay también oficiales británicos y rusos, apenas tienen protagonismo en esta película).
A pesar de las apariencias, La gran ilusión fija pronto nuestra atención, nos atrapa después emocionalmente y, por último, nos obliga a hacer una profunda reflexión sobre la guerra. Porque esta película se aleja de cualquier tópico o camino trillado por el cine bélico. En esta película las patrias y las banderas son sólo un decorado por el que desfilan las personas, unas mejores y otras peores, pero cada cual con su carácter, sus prejuicios, sus sentimientos, sus miedos y sus defectos, al margen de su nacionalidad, su uniforme o su procedencia.
No hago espoiler si adelanto que a quien le guste el cine de buenos y malos, esta no es su película. Porque La gran ilusión va de un alcaide tan honorable como el más quisquilloso de los prisioneros, de un barón que siente debilidad por un conde, de un custodio que se compadece de un cautivo y le regala una armónica para que, como el prisionero de nuestro Romance Anónimo, entretenga sus días y sus noches, de hombres que tienen diferencias más profundas entre sí que con el enemigo, o de un huido que, al llegar a un valle fronterizo, mantiene con su compañero una conversación tan reveladora como esta:
- Todo esto parece igual. ¿Dónde está la frontera?
- Es que las fronteras sólo están dibujadas en los mapas.
Jean Renoir prefiere poner el acento en la humanidad que une a los combatientes que en las ideas, principios o enemistades que los separan; en las diferencias entre clases que entre banderas; prefiere enfocar el lado bondadoso que no el oscuro; y prefiere, como el título indica, marcarse la gran ilusión de que un mundo mejor es posible. Si de algo puede pecar esta película, es de ingenuidad. ¿No es encantador?