Gógol era una criatura extraña, pero el genio es siempre extraño; es únicamente el saludable mediocre que hay en nosotros el que al agradecido lector le parece que es un sabio viejo amigo, que desarrolla bien las propias nociones de la vida que tiene aquél. La gran literatura bordea lo irracional. Hamlet es el alocado sueño de un erudito neurótico. El capote de Gógol es una grotesca y macabra pesadilla que abre agujeros negros en el vago diseño de la vida. El lector superficial de aquella historia verá meramente en ella las grandes juergas de un extravagante payaso; el lector solemne dará por sentado que la intención principal de Gógol era denunciar los horrores de la burocracia rusa. Pero ni la persona que busca una buena carcajada ni la que ansía libros “que hagan pensar” comprenderán de qué va realmente El capote. Dadme un lector creativo; para él se trata de un cuento.
El formal Pushkin, el realista Tólstoi, el comedido Chéjov han tenido todos sus momentos de irracional perspicacia que, de forma simultánea, hacían borrosa la frase y revelaban un significado secreto que valía sobradamente el repentino cambio de foco. Pero con Gógol estos cambios constituyen la base misma de su arte, de modo que siempre que trataba de escribir en la letra redonda de la tradición literaria y tratar las ideas racionales de forma lógica perdía todo rastro de talento. Cuando, como en su inmortal El capote, realmente se dejaba ir y se entretenía faenando alegremente en el borde de su abismo privado, se convertía en el mayor artista que Rusia haya producido jamás.
Vladimir Nabokov
Nikolái Gógol
La apoteosis de una máscara
Ilustración de Vladimir Zimakov para el Diario de un loco
Penguin Classics, 2005