Desde pequeño me olía los problemas a kilómetros de distancia. En cuanto percibía el hedor del cáñamo y la goma usada, sabía de antemano, que mi madre venía con la zapatilla a saldar viejas cuentas por alguna trastada.
En el colegio muchos niños se burlaban de mí a todas horas. Me llamaban Cyrano, Pinocho, Elefante y me comparaban con el hombre pegado a una nariz del soneto de Quevedo.Con todo, tener un miembro tan largo y afilado constituía una gran ventaja: cuando iba con mis amigos a pescar no necesitaba caña. Tampoco requería de espada en las clases extraescolares de esgrima.Pero fui creciendo y mi protuberancia constituía un problema para las chicas. Me veían como un ser defectuoso, con tara. Algunas veces al intentar ligar creían que yo era un oso hormiguero que solo quería olerles las bragas.Así las cosas, volqué todas mis energías en los estudios. Preparé las oposiciones y saqué la plaza para ser policía. Empecé desde abajo, codeándome con los perros en las aduanas. Olfateaba la droga mejor que cualquier chucho rastreador. Localizaba la farlopa, el hachís, la maría y la heroína.Me asignaron a la DEA. En unos meses ascendí tan deprisa que me convertí en una celebridad en los medios de comunicación de masas. Un productor de Hollywood me ofreció mi propio programa de televisión: Napias. El reality fue todo un éxito. Me convertí en una celebridad en todo el mundo.Las mujeres guapas se interesaron por mí. Las narices grandes se pusieron de moda. Florecieron las clínicas de estética que ofrecían operaciones de nariz. Los hombres y mujeres pasaban por el quirófano. Me idolatraban. Deseaban tener mi dimensión nasal.Me aficioné a las fiestas, los excesos y las drogas. El éxito fui mi ruina. Debí olerme que algo iba mal. Cuando quise darme cuenta ya era tarde. Caí en una depresión. El psiquiatra me confesó me que sentía frustrado porque ahora en todo el planeta la gente tenía mi nariz.Ayer me arranqué de cuajo el tabique nasal.Hoy, soy feliz.Texto: Rubén GozaloMás relatos "Con un par de narices", aquí