La venganza contra Sánchez no es sólo una obsesión de la oposición de derechas, que lleva años denunciando su deriva autoritaria y su pacto con el independentismo desleal y lleno de odio a España.
El verdadero terremoto se está gestando dentro del propio PSOE, en sectores que, hasta hace poco, fueron sus aliados incondicionales.
Los que hoy quieren verle caer no son solo “fascistas” o “la derecha mediática”, como repite el sanchismo. Son millones de españoles hartos de bajeza y antiguos compañeros de partido, exministros, barones históricos, votantes socialistas de toda la vida y hasta sectores de la izquierda no sanchista que consideran que Sánchez ha destrozado el PSOE, España, la igualdad, la decencia, los valores tradicionales de la socialdemocracia y el prestigio internacional del país.
La venganza desde dentro del PSOE es un monstruo asesino que ha decidido no tragar más. Ha visto que la bestia Sánchez está acorralada, es cada día más débil y se dispone a rematarla.
El caso Koldo-Ábalos-Cerdán es solo la punta del iceberg, pero una punta muy afilada. José Luis Ábalos, que fue secretario de Organización y ministro de Transportes, pasó de ser el fontanero imprescindible del sanchismo a ser expulsado del partido y sentado en el banquillo por corrupción relacionada con las mascarillas en plena pandemia. Koldo García, su asesor y amigo íntimo, está en prisión preventiva. Y Santos Cerdán, último secretario de Organización y uno de los tres o cuatro hombres fuertes del aparato, aparece en conversaciones indecentes, grabadas por la UCO, hablando de “mordidas” y de cómo repartir el botín.
Los tres formaron el núcleo duro que permitió a Sánchez recuperar el poder en el PSOE, ganar la moción de censura de 2018 y ganar las primarias contra Susana Díaz. Hoy, los tres (y sus entornos) tienen motivos sobrados para sentirse traicionados.
Pero el malestar va mucho más allá. Felipe González, Alfonso Guerra, Emiliano García-Page, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, José Rodríguez de la Borbolla y una larga lista de exministros y ex altos cargos han pasado de la crítica velada al ataque frontal.
González ha llegado a decir que Sánchez “ha convertido al PSOE en un partido bolivariano”. Guerra habla sin tapujos de “dictadura”. Page ha amenazado abiertamente con romper la disciplina de voto.
En privado, muchos barones y exdirigentes repiten la misma frase: “Este hombre nos ha robado el partido”.
La venganza de los votantes socialistas huérfanos es intensa y todavía más peligrosa para Sánchez. El PSOE ha perdido más de un millón de votos desde 2019. En zonas tradicionalmente socialistas como Extremadura, Andalucía rural, Aragón o Castilla-La Mancha, el rechazo a Sánchez es visceral.
No es solo por la amnistía o por los pactos con Bildu y ERC. Es por la sensación de que el Gobierno ha abandonado la igualdad real, ha permitido la recentralización lingüística en Cataluña y Baleares, ha inflado el gasto público mientras subían los impuestos a las clases medias y ha convertido la política en un espectáculo permanente de confrontación y marketing.
España ha pasado de ser un país respetado en Europa a convertirse en la vergüenza de los informes de la Comisión Europea sobre Estado de derecho. El intento de control del Poder Judicial, la renovación a dedo del TC, la ley de amnistía a medida de Puigdemont, el uso partidista de la Fiscalía General del Estado y la persecución judicial de periodistas y opositores han colocado a España al nivel de países africanos, sobre todo en opacidad, corrupción e índices de libertad de prensa y separación de poderes.
The Economist, Financial Times, Le Monde y hasta The New York Times han publicado editoriales durísimos contra el “autoritarismo” de Sánchez.
En la administración de Estados Unidos ya le califican como "enemigo" y eso tiene graves riesgos para la seguridad de España.
Cuando un presidente del Gobierno es recibido con frialdad en Bruselas y Washington, y cuando el Rey tiene que salir a Europa a pedir perdón en privado por los desmanes del Gobierno, el daño al prestigio del país es irreparable.
Hoy existen al menos cuatro grandes bloques que, por motivos distintos, desean la caída de Sánchez:
- El PSOE crítico histórico.
- Los damnificados del caso Koldo y los entornos de Ábalos y Santos Cerdán, que se sienten traicionados.
- El votante socialista tradicional, que se siente huérfano y engañado.
- La oposición de centro y derecha y sectores liberales que ven peligrar el Estado de derecho.
Nunca en democracia un presidente del Gobierno había conseguido unir contra sí a tantos sectores que, en teoría, deberían ser sus aliados naturales.
Ningún otro presidente español, en siglos, ni siquiera José María Aznar en sus peores momentos o José Luis Rodríguez Zapatero tras la crisis de 2008, generaron un rechazo tan transversal y amplio.
El reloj corre en contra de Pedro Sánchez, que ha perdido también el control del Parlamento y los siete votos vitales del partido de Puigdemont.
Cada vez que sale a la calle es pitado y cuando sube al atril a decir que “todo es una campaña de la derecha y los poderes fácticos”, menos gente le cree.
La venganza no será necesariamente rápida. Puede llegar en forma de moción de censura (improbable), de adelanto electoral forzado por la presión interna, o simplemente de una derrota en las próximas generales que deje al PSOE en 80-90 escaños y a Sánchez como el líder que llevó al partido a su peor resultado desde la Transición.
Lo que está claro es que quienes quieren verle caer ya no son una minoría ruidosa. Son una mayoría silenciosa que crece cada día y que incluye a muchos de los que, hace solo cinco años, le llevaron en volandas a La Moncloa.
El sanchismo ha conseguido lo que parecía imposible: que hasta los suyos deseen su final y que no pocos españoles quieran verlo en la cárcel, pagando sus desmanes, suciedades y abusos.
Cuando hasta los tuyos te quieren ver caer, la cuenta atrás ya ha empezado.
Francisco Rubiales
