Revista Cultura y Ocio
RBA editores. 446 páginas, primera edición de 2008.
He finalizado hace unos minutos de leer La grande, el último libro que escribió Juan José Saer. Además, quedó inacabado. En principio debía constar de siete capítulos, en los que cada uno narraría lo sucedido en siete días, empezando un martes y acabando un lunes. Saer pudo finalizar el capítulo seis, el del domingo, y escribir una sola frase del séptimo y último. Saer escribía a mano en cuadernos y luego pasaba, o le pasaban, lo escrito a ordenador. El capítulo sexto lo escribió directamente a ordenador tras cinco páginas de cuaderno y ser hospitalizado, y no pudo imprimirlo para revisarlo, se nos dice en el epílogo (poder escribir así de una vez, sin revisar, no puede generar más que envidia y asombro en alguien como yo, que he de revisar un texto veinte veces para que suele mucho peor que este último capítulo de Saer).
En La grande Gutiérrez ha regresado a “la ciudad” (Santa Fe, en Argentina) tras más de 30 en Europa. Allí ha sido guionista de cine y vuelve con el dinero suficiente como para comprar la casa de un corrupto personaje local. El martes que comienza la novela, Gutiérrez sale de su casa en Rincón para visitar a un antiguo amigo al que quiere invitar a un asado el domingo. Le acompaña Nula, un joven de 29 años (la mitad de la edad de Gutiérrez), cuya familia es de origen sirio.
Este paseo constituye las primeras 70 páginas del libro. Saer juega continuamente con el punto de vista de cada personaje sobre lo que le rodea y la visión que tiene uno del otro.
El autor vuelve a retomar su particular universo de personajes. Sé que Nula aparece en su último libro de relatos, Lugar, y desconozco si Gutiérrez nació en alguna obra previa. Aunque se le conecta con los personajes de La pesquisa y Las nubes porque cuando Pichón volvía a París en La pesquisa se cruzó con él en el aeropuerto, además es un antiguo amigo de Tomatis.
Si bien La pesquisa y Las nubes –los otros dos libros que he leído de Saer- tenían un argumento cerrado, La grande dispersa sus contenidos en más de 400 páginas. No estamos aquí ante una novela de trama, sino ante un tratado de personajes.
Nula es un antiguo estudiante de medicina que abandonó esta disciplina para dedicarse a la filosofía, carrera que a su vez sigue sin finalizar porque empezó a vender vinos para ganarse la vida. A pesar de esta ocupación mundana sigue tomando notas para escribir un ensayo sobre el devenir. Este hecho potencia la profundidad de la novela, ya que el lector puede acceder a las notas mentales que Nula va tomando para su trabajo. Quizás en el personaje de Nula Saer evoque sus propios recuerdos como descendientes de emigrados sirios en “la ciudad”.
El concepto de “fragmentariedad” recorre el libro. Saer parece quedar indagar aquí en la imposibilidad de dar explicación a toda la realidad, pese a que su esfuerzo es arduo. Entre sus modelos ya advertí en obras anteriores la admiración por Borges, en La grande queda más patente la asimilación de Marcel Proust o James Joyce. En el paseo de Nula y Gutiérrez en el capítulo 1, ya se nos dice que era como si caminaran por tiempos distintos, uno en el presente y el otro en la memoria. El narrador puede comunicarnos una serie de escenas que no dejan de ser fragmentos sueltos de una realidad más amplia que el lector debe recomponer.
Si bien Nula es el personaje que aparece en más páginas del libro, también en otros capítulos la figura central pasa a ser Tomatis, Gutiérrez o Soldi, quien, con una joven llamada Gabriela, se dedica a entrevistar a Gutiérrez y otras personas para realizar un ensayo sobre las vanguardias literarias de los años 40, 50 y 60 en “la ciudad”. Desde distintas perspectivas se indaga en la figura de Mario Brando, un abogado de buena familia y líder fundador del movimiento poético precisionista, que trataba de unir a la poesía con el lenguaje científico. Uno de los temas del libro será esta recreación de las vanguardias locales y sus patéticas, y a veces siniestras, luchas de poder.
Lo mundano y lo profundo se van dado paso en La grande. El paisaje natural de pantanos y riachos de la ciudad se ha visto invadido por la presencia del supercenter, el gran centro comercial que recoge el ocio consumista de toda la región. Saer parece simbolizar en él la vulgaridad de los tiempos modernos.
El estilo es denso, indagador en la realidad y en la mirada de los personajes sobre el contexto que los rodea en función de sus sentidos y el peso de sus recuerdos. El paso del tiempo, el arte, la dictadura, la corrupción, la pobreza… todo parece tener cabida en La grande. Incluso un suceso que se insinuaba en La pesquisa: la evocación de Pichón Garay de su hermano desaparecido en los años de la dictadura, se desarrolla aquí.
El domingo Gutiérrez reúne en su casa a todos los personajes que siguen vivos de las novelas de Saer para comer un asado. El día transcurre caluroso hasta que la noche anuncia la tormenta y la oscuridad. Un hermoso cierre, en el que los personajes parecen despedirse de su creador, quien se funde con la escena hasta desaparecen en una imagen final en la que la alta cultura se mezcla con la vulgaridad, de nuevo, del supercenter.
Siento el vacío satisfecho y triste que deja esta gran novela, de tempo lento, que me ha acompañado durante casi tres semanas.