Vayan por delante mis agradecimientos a la editorial Navona, la cuál se ofreció a enviarme un ejemplar de la presente novela en cuanto me puse en contacto con ellos mostrando interés por reseñar un libro que me llamó la atención desde el otro lado del escaparate de mi librería de cabecera y que no me defraudó cuando mismanos recorrieron su silueta y ejercieron la maniobra de pasar sus páginas, llenas de un delicioso aroma a nuevo, de un suave tacto y de un inenarrable efluvio de buenas sensaciones. Sobra en este punto repetirme describiendo las bondades de la edición. En cuanto a la traducción llevada a cabo por Rebeca Bouvier, es verdad que he descubierto renuncios, pero agradables, que me han hecho pensar, nada más y nada menos que en una ucraniana -la imaginación es libre-narrando a un nieto sus vivencias referidas a un periodo especialmente difícil de la historia de su país.
El relato, que hunde sus raíces en 1929, se extiende como una mancha de aceite hasta el presente para explicarnos en qué consistió el conocido Holodomor, un término que es preciso conocer y al que no se le prestó ni se le presta la importancia que merece. Su sola mención es un carro cargado de tristeza, que convierte la novela en Historia triste y triste historia, pero necesaria, en la que la esperanza y el instinto de supervivencia logran alumbrar la vida, que sólo necesita de unas gotas de amor para florecer.
Reseñado por Francisco Javier Torres Gómez
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