Revista Cultura y Ocio
Pocas veces he tenido ocasión de leer un libro tan triste como éste de Antonio Machado. Un libro de esperanzas polvorientas, de ilusiones que se adivinan faltas de vigor, de abatimiento paralizante. El poeta sevillano estaba escribiendo en plena guerra civil y trataba, con poco éxito, de transmitir en sus líneas una fe que se adivina más quebradiza que marmórea. Su inteligencia y su corazón luchaban en estas páginas con la intención de que ganase el segundo, pero temiendo que iba a ganar la primera: la derrota era lo más esperable.Nos habla de los milicianos del 36 y nos dice que parecen capitanes (“tanto es el noble señorío de sus rostros”). Y, a cuenta de esa dignidad estatuaria, reflexiona sobre el noble temple de quienes, empujados por la necesidad de vencer a las fuerzas del fascismo, se sacrifican sin más bandera que la modestia y la ética. Eso no lo entenderán jamás los señoritos, a quienes Machado considera menos dignos de aplauso, pero a quienes no insulta con sus palabras (“no me gusta denigrar al adversario”).Un pueblo, nos dice el poeta con fórmula deliciosamente hermosa, “es siempre una empresa futura, un arco tendido hacia el mañana”; y defender ese futuro para todos constituye una obligación moral, que resulta imposible eludir, aunque no todas las clases sociales trabajen en la misma dirección (“En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”).Y cómo olvidar la página memorable con la que Antonio Machado se define políticamente: “Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Mi pensamiento no ha seguido la ruta que desciende de Hegel a Carlos Marx. Tal vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso, de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la idea central del marxismo; me resisto a creer que el factor económico, cuya creciente importancia no desconozco, sea el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia. Veo, sin embargo, con entera claridad, que el Socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia”.Cuarenta y ocho dibujos originales de su hermano José completan esta obra dura y testimonial que, por la época en que fue escrita, ha tenido quizá menos difusión que el resto de libros del maravilloso poeta sevillano.