Revista Opinión

La guerra contra el Estado Islámico: Operación Tikrit

Publicado el 02 marzo 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

En el último mes la lucha contra el Estado Islámico ha sufrido diversos altibajos en Irak. Aunque los yihadistas siguen perdiendo territorio ante los kurdos y el ejército iraquí, el coste de dicho avance es terriblemente caro y se expone a las continuas contraofensivas de los integristas. La guerra parece estar alcanzando su clímax, mostrando operaciones cada vez más ambiciosas y decisivas.

El asalto a Kirkuk

Tras la liberación de Kobane, el Daesh padeció una humillación muy peligrosa para su estructura interna. Dado que la propaganda militarista del Califato se basa en los éxitos de sus conquistas, dar una imagen derrotista podría reducir el influjo de dinero y voluntario de los que goza. Además, la estabilidad del territorio ocupado que mantiene se basa en la imagen de autoridad que transmite a los civiles, muchos de los cuales simpatizan cada vez menos con los extremistas debido a la escasez de suministros de los que se disponen en ciudades como Mosul. 

A finales de enero, el Estado Islámico lanzó sobre la zona controlada por el Gobierno Regional del Kurdistán la que sería su mayor ofensiva desde agosto de 2014. Reuniendo la semana anterior unidades armadas en poblaciones como Hawija y Rashad, bajo control yihadista desde el verano pasado, los comandantes del Estado Islámico prepararon con cuidado el ataque y esperaron el momento oportuno. Habían traído fuerzas desde Mosul, la provincia de Diyala o la provincia de Salah ad Din, bastión de la “Jaysh Rijāl aṭ-Ṭarīqa an-Naqshabandiya” o “El Ejército de la Orden de Naqshbandiyya”, otro grupo armado suní de ideología baazista que se fundó tras la ejecución de Sadam Hussein y se arraigó principalmente en Tikrit (ciudad natal del dictador) y alrededores. Aunque en el pasado este grupo se había alejado de los organizaciones salafistas debido a su ideario político, en 2014 pasaron a cooperar con el Estado Islámico. 

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El día 30, aprovechando la intensa niebla y el mal tiempo, las brigadas del Estado Islámico comenzaron el ataque al suroeste de Kirkuk. Al ser una zona con una mayor población árabe suní, los dispositivos de inteligencia del Califato sabían el emplazamiento exacto de los puestos defensivos kurdos y las rutas que usar para golpearlos. La incursión se realizó en tres frentes de manera simultánea y contundente, usando tanto infantería como coches blindados y artillados. Ciudades como Tal Ward, Maktab Khalid y Mariam Bek a escasos kilómetros de Kirkuk, se vieron amenazadas. Conforme se desbordaba la línea de defensa kurda, el Estado Islámico presionó los frentes de Khazir y Makhmour para que los peshmerga se vieran forzados a minimizar el envío de refuerzos. 

Debido a la intensa tormenta que se prolongaba durante todo el día, los kurdos carecían del apoyo de la coalición internacional, algo que movió la balanza en su contra con fatídicos resultados.

Por si fuera poco, un grupo de integristas logró infiltrarse en Kirkuk, lanzando un ataque suicida sobre el Directorio de Policía que dejó varios muertos y heridos. Tras la incursión, algunos terroristas supervivientes se refugiaron en el Hotel Palace de Kirkuk, un edificio abandonado donde se atrincheraron y protagonizaron un tiroteo con las fuerzas de seguridad kurdas (asayish) y los peshmerga antes de ser abatidos. Tras este incidente, se cortaron los accesos a Kirkuk para intentar evitar la entrada de insurgentes camuflados. Una masa de civiles que huían de los ataques yihadistas quedó atascada en las carreteras de acceso a la ciudad.

Al caer la tarde, las escaramuzas siguieron extendiéndose a otras poblaciones kurdas, la mayoría en forma de atentados suicida o pequeñas escaramuzas. Sherko Shwani, un reputado comandante en jefe kurdo, moría defendiendo las posiciones al suroeste de Kirkuk. Los islamistas fueron capaces de capturar varios pueblos e incluso alcanzar el campo petrolífero de Khabaz, secuestrando a más de una veintena de empleados. 

Al día siguiente, los kurdos comenzaron las operaciones para recuperar el terreno capturado por el Califato. Otro comandante kurdo caería en la lucha por Mala Abdullah, donde tras duros combates se conseguió liberar la industria petrolífera y a los rehenes, no sin que los yihadistas incendiaran antes algunos pozos.

La colosal cantidad de bajas entre los kurdos hizo que el gobierno iniciara una campaña urgente de donación de sangre para el ingente número de peshmerga heridos en las más de 48 horas de batalla.

Las tensiones étnicas y religiosas se intensifican

El Gobierno Regional del Kurdistán ha ido lentamente consolidando una vez más su línea defensiva. En los días siguientes, aprovechando cielos más despejados, la coalición internacional apoyó los movimientos kurdos al suroeste de Kirkuk y frustró varias escaramuzas en el resto de frentes. No obstante, la política estuvo sacudida en buena parte por la captura de 17 peshmerga que cayeron en manos del Estado Islámico durante su asalto a Kirkuk. Las familias de los secuestrados empezaron a ejercer presión por su liberación, más aún cuando semanas después del ataque se difundió un video con los rehenes encerrados en jaulas similares a las del piloto jordano que fue quemado vivo. 

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Como respuesta, el Gobierno Regional del Kurdistán se comprometió a negociar un intercambio con los terroristas, mientras que en las redes sociales algunos kurdos amenazaron de manera anónima con emprender acciones de represión contra la población civil suní si los rehenes eran asesinados. Tras el asalto a Kirkuk, cadáveres de yihadistas fueron ultrajados y exhibidos en un desfile por la ciudad, hecho que aunque condenado por el Gobierno y la mayor parte de la sociedad kurda, empeoró las relaciones con la población árabe suní.

Para mediados de enero, el Gobierno kurdo desplegaba a milicias chiíes en el frente de Kirkuk y cerraba pactos con otras ya establecidas para cooperar en la lucha contra el terrorismo.

Por otro lado, el número de refugiados en el Kurdistán iraquí, la mayoría de ellos desplazados internos, no deja de crecer. La mayoría de ellos son árabes, muchos suníes que huyen de los bombardeos, la guerra o la represión del Estado Islámico.

La larga batalla por Sinjar

A día de hoy, las escaramuzas aún se prolongan en la ciudad que se alza al pie de las montañas Sinjar. Los bombardeos aéreos y de artillería la han dejado hecha escombros, pero también las escuadras del Estado Islámico que se encargan de dinamitar las casas a modo de venganza y como sistema defensivo. En las últimas semanas de enero, la ciudad ha visto una escalada de violencia, demostrando la importancia que tiene el emplazamiento para los yihadistas en sus rutas entre Tal Afar y al Raqqah. No obstante, los peshmerga, con ayuda de milicias yazidíes, mantiene el control de gran parte de la ciudad, aunque las características de la guerra urbana impiden que logren expulsar por completo a los integristas.

Tikrit: Lucha por el primer bastión del Estado Islámico

El ejército kurdo parece estar focalizando su estrategia en defender las posiciones actuales más que en ampliarlas. El protagonismo de la toma de Mosul parece que caerá en manos del Ejército Federal Iraquí, y no de los soldados del Kurdistán, cuyos altos mandos se muestran reticentes a entrar en una ciudad de mayoría sunita y con tanto rencor hacia los kurdos. Ni siquiera la artillería kurda sigue golpeando objetivos en el interior de la ciudad, intentando evitar dar cualquier excusa a los yihadistas para crear propaganda contra ellos. No obstante, los bombardeos aéreos de la coalición internacional atacan casi diariamente objetivos en Mosul o alrededores, mientras que los kurdos se encargan de defender sus posiciones en el frente de Khazir, y desde las ciudades de Gwer y Makhmour presionan el flanco derecho del Tigris, a la espera de la llegada desde el sur de las tropas del ejército iraquí.

Y es que desde mediados de enero, los comandantes del Estado Islámico tuvieron que desviar su atención hacia el sur, perdiendo el impulso que habían logrado tras su asalto sobre Kirkuk.

Toda una serie de escaramuzas giraron en estas semanas en torno a Samarra, donde el Ejército Federal Iraquí comenzó a abrirse paso hacia Tikrit. El Estado Islámico se apresuró a fortificar sus posiciones y capturar poblaciones estratégicas en el Tigris. 

El 1 de marzo el gobierno de Bagdad anunciaba la inminente operación sobre la ciudad, lo que hizo que miles de civiles la abandonaran para evitar convertirse en daños colaterales. Al día siguiente comenzaba la batalla por Tikrit.

Aunque las fuerzas de seguridad iraquíes controlan varios puestos estratégicos alrededor de la ciudad, como la refinería de petróleo de Beiji al norte, liberada el pasado noviembre, o el cuartel militar de Camp Speicher a la afueras de la ciudad. Aun con esta ventaja, en el pasado el ejército iraquí lideró iniciativas similares que acabaron en fracaso. Se calcula que cerca de 30.000 soldados participan en esta ofensiva, la mayoría de ellos miembros de milicias chiíes respaldadas por Irán.

La batalla por Tikrit será un punto decisivo en la lucha contra el Estado Islámico. Primero, esta ciudad, una de las más grandes del país y la segunda más importante bajo el control del Estado Islámico en Irak demostrará la capacidad o la incompetencia del Ejército Federal Iraquí a la hora de capturar una ciudad de gran dimensión en manos del Estado Islámico. Del mismo modo, el valor estratégico de la ciudad es fundamental, ya que es el principal bastión del Califato que defiende el camino a Mosul. Además, el valor simbólico de esta derrota, cuna de Sadam Hussein y ciudad de mayoría suní, supondría un duro golpe para el EI y daría evidencias de su incapacidad para detener las ofensivas respaldadas por la coalición. Por último, y lo que supondrá el verdadero reto de la batalla por Tikrit, será el destino de la población de la ciudad en manos de las milicias chiíes. Hemos visto con anterioridad cómo grupos suníes denunciaban supuestas atrocidades realizadas por estas milicias rivales, que parecen haber cometido abusos sobre civiles desarmados.

La estabilidad de la ciudad, incluso tras su conquista total, sólo se podrá conseguir con el decidido apoyo de las tribus suníes. En caso de que el ataque a Tikrit empeorara radicalmente las relaciones entre suníes y chiíes, la provincia de Salah ad Din seguirá con toda seguridad conociéndose por lo que es hasta ahora: un foco de resistencia al gobierno de Bagdad.


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