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La "guerra" contra las drogas: crónica de un desastre anunciado.
Publicado el 17 septiembre 2010 por MiguelmalagaFíjense bien en esta imagen. Es tan cotidiana en los telediarios que ya nos hemos acostumbrado a ella. De vez en cuando el presentador nos anuncia con voz triunfante que se ha interceptado un gran alijo de drogas, cuyo precio de venta en el mercado hubiera alcanzado muchos millones de euros. La noticia es presentada como un triunfo de la ley y el orden contra el crimen organizado. Cuando el hecho sucede en España, el alijo suele mostrarse junto a un cartelito de la Guardia Civil o de la Policía Nacional. Cuando sucede en Sudamérica, suelen ser militares armados hasta los dientes los que custodian los bultos de droga.
Hace casi cien años se estableció en Estados Unidos la llamada "ley seca". De repente, los legisladores decidieron que el alcohol era un producto pernicioso para los ciudadanos y prohibieron su comercio y consumo. Evidentemente, no tardó en establecerse un tráfico ilegal, de gran éxito desde el primer día, que hizo ganar cantidades inimaginables de dinero a las bandas organizadas, que sembraron de violencia las ciudades estadounidenses. La demanda del producto era alta y la gente bebía cualquier cosa, sin garantía sanitaria alguna. Al final, rendidos ante la evidencia, el Estado volvió a permitir el consumo. La gente siguió emborrachándose, pero lo hacía en uso legítimo de su libertad.
Con las drogas sucede algo parecido desde hace demasiado tiempo. Su prohibición nada ha resuelto, sino que ha encumbrado a violentos grupos criminales que llegan a acumular más poder que el gobierno de muchos estados. Declararles la guerra, tal y como ha hecho México, es seguirles el juego, llevarlos al terreno donde más cómodos se sienten. Su capacidad de corrupción es infinita y sus tentáculos son capaces de llegar a las más altas instancias del Estado. Seguramente, por cada alijo que pomposamente se muestra ante las cámaras de televisión, los narcos han logrado introducir en el mercado diez veces esa cantidad. Y lo peor de todo es que en esta guerra sin cuartel mueren inocentes cada día.
Cualquier persona medianamente inteligente sabe que la guerra contra la droga es una guerra perdida. Tal y como sucedió en su día con el alcohol, los distintos tipos de droga son productos con una alta demanda en el mercado, que produce altos beneficios a quien trafica con ellas, beneficios que les hace cada vez más poderosos. El Estado solo puede vencer a estos grupos organizados dándoles donde más les duele: tomando el monopolio de la distribución de los estupefacientes, legalizándolos, en suma, asumiendo su control sanitario y comercial, velando así, aunque parezca paradójico, de manera efectiva sobre la seguridad y salud de sus ciudadanos.
Nuestro ex presidente del gobierno, Felipe González ha vuelto a abrir recientemente el debate acerca de la legalización. Como sucede siempre, los gobernantes esperan a estar alejados del poder para expresar sus auténticas opiniones acerca de temas particularmente polémicos. Al ciudadano medio se le da una imagen de la droga como el diablo (que lo es) y de la policía como defensora de la ley. Pocas voces disidentes en este tema le llegan, por eso es bueno que alguien tan mediático como González lance la propuesta de una Conferencia Internacional que debata la liberalización de las drogas.
El diario "El País" (al que desde aquí agradezco humildemente que hiciera el jueves un pequeño hueco a "El hogar de las palabras") dedicaba el pasado miércoles un extenso artículo al asunto titulándolo elocuentemente "Legalizar las drogas, feliz idea imposible". Bien es cierto que es una idea impopular y que ningún gobierno se va a arriesgar a llevarla a cabo con facilidad y que su utilidad se vería comprometida si no la adoptan también los gobiernos vecinos. Sería bueno que se convocara esta conferencia, que el debate llegara a los ciudadanos, que se les informara de los pros y contras de esta medida, del inmenso ahorro en represión y cárceles que lograrían los Estados llevándola a cabo. En suma, se trata de que los gobiernos dejen de tratar a sus ciudadanos como niños, que estos sean responsables de sus propios actos y puedan ejercer su derecho a estar informados y conducirse en consecuencia. Seamos valientes y enfrentemos de cara a un problema que engulle cada día vidas y recursos en una guerra estéril. Al menos, hablemos de ello.