Revista Opinión

La guerra de Gadafi

Publicado el 23 marzo 2011 por Franky

LA GUERRA DE GADAFI En Libia, la revolución se hecho más dolorosa, la reacción del estrafalario dictador ha convertido la presión en una guerra cruenta en la que está masacrando al pueblo. La UE (Unión Europea) no ha reaccionado, porque no existe, es un desideratum que no tiene entidad y la ONU, ahora, tarde y mal, cuando ya los muertos y las bombas se amontonan, viene con que hay que intervenir: “Haga lo que haga, Gadafi se tiene que marchar”, dice el Secretario General de la ONU Ban Ki-Moon, y permite los ataques de una pequeña coalición de aliados con un triple propósito: Cortar la represión que ha entablado el dictador, desalojarlo del poder y propiciar la transición democrática. Tal coalición euroamericana, mal llamada Comunidad Internacional, se compone de unos cuantos países que se han lanzado a la guerra, otros han dicho que vale, pero que ellos no se meten y otros han mirado a otro lado; esta oligarquía económica internacional está empeñada en que la democracia modelo yankee-europeo sea el único sistema político posible en el planeta.
Francia, con su intención de mantener una zona de influencia en el Chad y ese área de África, se ha lanzado a una aventura que, de tener éxito, finalizará con un gobierno títere, probablemente, más de EE.UU que de Francia. Unos EE.UU que parecían inicialmente remisos al ataque y unos aliados que no se veían muy unidos y que andan discutiendo si la OTAN asume el mando e interviene en la operación, a la que la Liga Árabe, Rusia y China se han opuesto; es la constante colisión de civilizaciones -no alianza-. Así, mientras observamos la ascensión de China, el poder de Occidente declina respecto a esas y otras civilizaciones, las cuales intentan, y ya con éxito, servirse de esa debilidad para hacer de contrapoder.
Y, en estas, Zapatero, el del “no a la guerra”, se precipita sin reflexión y sin la autorización del Parlamento, e implica a España en esa guerra de derribo de Gadafi. Aquel se pegó a Bush, Este, a Sarkozy, para salvar la fuente del petróleo, antes que vuele hacia otras manos. Ha ofrecido soldados, barcos y aviones españoles además de las bases de Morón y Rota, contra el payaso dictador, sátrapa sanguinario, al que le exigen dejar el poder y salir fulminado sin más iniciativa y sin vuelta atrás. De nuevo, ZP –con cinco millones de parados y las arcas en ruina- nos pone en el punto de mira del terrorismo islámico; los talibanes han condenado el ataque aliado contra Libia por considerarlo una ofensiva “aventurera”, una injerencia de las potencias occidentales en los asuntos internos del país. ¿Dónde están los titiriteros de la “zeja”, los pseudointelectuales que jaleaban contra la guerra de Irak y que hoy, hipócritas, van danzando con un “sí a la guerra” en Libia?
El Vicario Apostólico de Libia, Mons. Martinelli, mostrando su oposición a las acciones militares, pues “la guerra no resuelve nada”, ha defendido que se debió dar una oportunidad a la vía diplomática, para resolver la crisis pacíficamente; “es necesario que cesen las armas y se inicie de inmediato una mediación”, dijo. Esta es la postura que tenía que haber adoptado el PP. Aunque la caída de un tirano siempre es deseable, si con ello no llega otro peor, cosa harto posible en esa sociedad; la intervención de las democracias occidentales a favor de las libertades en los países con regímenes totalitarios debe ser continua y con todas ellas sin distinciones. Gadafi es ya un perdedor cuyo destino está sellado no sólo por su presente sino por su pasado, lo sensato es acabar cuanto antes con el tirano; esa será la voluntad de Sarkozy, y probar que Francia tiene condición de potencia mediana, pero feroz.
El terremoto de Japón ha alterado, dicen, el eje de rotación de la tierra y su masa. Hay quienes creen, que la historia de las civilizaciones también ha tenido un vuelco en su devenir. Un Japón en dificultades y una Europa demográficamente caduca, en declive e invadida por esa civilización extraña que es el Islam abren las velas a otros rumbos y otros puertos. Aún grita Catón su “Delenda est Cartago”.
C. Mudarra


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