El 2 de mayo por Joaquín Sorolla
Como todas las guerras, esta tuvo tremendas consecuencias para España. Además de la terrible crueldad que supuso la pérdida de vidas humanas, fue considerable la destrucción de bienes materiales que, supusieron un serio quebranto para el país. España se vio desangrada por la contienda y con dos administraciones que, por supuesto, estaban en conflicto, lo que fue origen a un caos que, además fue caldo de cultivo para los movimientos independentistas que surgieron en las colonias americanas.
En lo referente al Ejército, la actuación de los guerrilleros, tan beneficiosa para desgastar al ejército invasor, fue la principal causante de la ruptura de la estructura de mando del Ejército. Se abrieron las puertas a elementos populares, que hasta ese momento les era imposible “hacer carrera” en la milicia.
Pero no vamos a obviar las consecuencias en el plano ideológico. Cuando se da por terminada la guerra, nace un conflicto entre partidarios y detractores del Antiguo Régimen, que tiene como consecuencia los tres enfrentamientos civiles surgidos a lo largo de ese siglo XIX y, posiblemente, con el paso del tiempo, a lo que se ha denominado: “las dos Españas”.
Más no acabarían los problemas, ya que aparte de las consecuencias internas, están las que se produjeron en el exterior, como el importante retroceso de España en el concierto europeo, como puso de manifiesto el Congreso de Viena, en el que las potencias opuestas a la revolución definieron las líneas a seguir por Europa tras la caída de Napoleón.
Los cerca de seis años que duró la guerra, ocasionaron una grave pérdida de población para una España cuya población, apenas contaba con once millones de habitantes. A causa de su duración y la tremenda crueldad empleada por ambos bandos, tuvieron como consecuencia que perecieron al menos un cuarto de millón de españoles, entre civiles y militares; Mientras que en el bando francés, se perdieron doscientos mil soldados; y los ingleses, unos cincuenta mil. A los muertos en combate o por acciones de guerra hay que añadir las víctimas causadas por el tifus, el cólera o la disentería; sin olvidar las producidas por la escasez de alimentos, ocasionada por las requisas de los militares y la escasez en las cosechas.
Pero no solo fueron las muertes la causa de la caída de la población, otra de las causas fue el exilio de los llamados afrancesados ─partidarios de ese nuevo régimen que venía de Francia─, que se vieron obligados a cruzar los Pirineos para eludir las represalias de los vencedores. Se cree que la cifra oscila entre los 5.000 y los 15.000. Se podrá decir que esta cantidad no es una cantidad significativa por su cantidad, pero si lo fue al constituir los exiliados, un grupo de que formaba parte de la intelectualidad del país, debido a su elevado nivel cultural. Entre ellos se encontraban importantes personajes de diversas ramas de la sociedad.
Otra de las consecuencias de esta guerra fue la perdida, notoria, de obras de arte. Es sabido que, cualquier ejercito invasor tiene tendencia al pillaje, a apropiarse del arte del país invadido. Pues bien, en la retirada francesa de 1813, fue tal el botín que se convirtió en un pesado lastre. Durante la batalla de Vitoria, fueron numerosas las obras que fueron abandonadas en el mismo campo de batalla. Aunque una importante parte de lo expoliado fue devuelto a España, una vez acabada la guerra, muchas piezas dejaron de pertenecer a nuestro patrimonio. Un ejemplo de ello lo constituye la Inmaculada Concepción de los Venerables, obra de Murillo, conocida, desde entonces como Inmaculada de Soult por ser este mariscal del ejército napoleónico quién se apropió de dicho lienzo, para colgarlo en el Louvre hasta 1941.
Mientras en la Península de guerreaba, al otro lado del Atlántico se aprovechó la situación para alentar un movimiento insurreccional. Proceso impulsado por la burguesía de origen español –los criollos–, que llevaba tiempo clamando por su no participación en el gobierno de las colonias. Al tiempo que se elaboraba y aprobaba la Constitución de Cádiz, en América se iniciaba un proceso encaminado a conseguir la emancipación, partiendo de los mismos planteamientos esgrimidos por los liberales, declarados opositores a la invasión. Pese a todo, los movimientos independentistas fueron sofocados, y los realistas controlaron la situación, salvo en Buenos Aires, aunque un nuevo impulso insurreccional siguiente llevó gradualmente a la independencia de las antiguas colonias.
En lo referente al Ejército, durante la guerra, vivió profundas transformaciones relacionadas con la incorporación a la oficialidad de elementos procedentes del pueblo. Sería con la llegada de Napoleón a España, una vez que el ejército francés fuera derrotado en Bailén, cuando la debilidad de los ejércitos españoles se puso de manifiesto. Esa debilidad del Ejército trajo como consecuencia el gran protagonismo obtenido por las guerrillas, lo que venía a romper el tradicional vínculo, existente, entre oficialidad y nobleza. En el transcurso de la contienda, algunas guerrillas llegaron a alcanzar tales dimensiones que acabaron organizándose como las unidades militares regulares.
El final de la guerra no supuso el regreso de los combatientes a la vida civil, ya que muchos prefirieron permanecer en el Ejército. Creándose una macrocefalia militar. poco operativa, que de ningún modo se correspondía con el número de efectivos bajo su mando. Esa entrada de oficiales de extracción popular trajo, como consecuencia, una creciente politización del Ejército. Estos oficiales serían, los protagonistas de los pronunciamientos militares que pretendían implantar el sistema constitucional en la España de Fernando VII. Posteriormente, con el liberalismo ya consolidado, sus figuras más relevantes, los denominados “espadones”–Arsenio Martínez Campos, Baldomero Espartero, Francisco Serrano, Juan Prim, Leopoldo O'Donnell, Manuel Pavíao Ramón María Narváez, –, serían piezas clave de nuestra historia del siglo XIX. Estas figuras pusieron el militarismo en la política del país, el cual, hasta avanzado el siglo XX, vivió varios golpes de Estado como los llevados a cabo en 1923 por Miguel Primo de Rivera, intentonas como la de José Sanjurjo en 1932 o sublevaciones como la de Francisco Franco
Las circunstancias de la guerra se tradujeron en un caos político. La presencia de los invasores, puso en un segundo plano las divergencias entre liberales y los defensores del poder absoluto del monarca; ya que luchaban en el mismo bando, con un objetivo prioritario: expulsar al invasor. Pero, conseguido ese objetivo y restaurado Fernando VII en el trono, la confrontación ideológica pasó, de nuevo, a un primer plano. A los defensores de las viejas formas de gobierno se les conocería como absolutistas, y, contando con el apoyo de Fernando VII, se enfrentaron a los liberales y sus nuevas ideas. Desde entonces, se puede decir que, el conflicto fue casi permanente entre los partidarios de estas dos maneras de entender España. Sus continuos desencuentros mantendrán en tensión continua a la sociedad.
En el Congreso de Viena en 1815, reunidas las potencia que habían vencido a Bonaparte, se persiguió la restauración del Antiguo Régimen. Pero la presencia española en dicho Congreso, pese al importante papel desempeñado en la caída de Napoleón, fue poco más que testimonial. Esta irrelevancia se debe, en parte, al declive experimentado por España a lo largo del siglo XVIII, además de la influencia de dos hechos derivados de la guerra: el primero, es por la política emprendida por los británicos, a fin de engrandecer su papel en la derrota napoleónica, minimizando el papel de España, en ella; el segundo factor se debe a la firma del Tratado de Valençay con Napoleón al margen del resto, cosa que no gustó a los países que se enfrentaban a Bonaparte.
Al poco peso diplomático de España, hay que agregar la antipatía que despertaba Fernando VII que, junto a la ya previsible pérdida del Imperio, acentuaron el descrédito. Este retraimiento internacional, habría de prolongarse a lo largo de todo el siglo XIX, quedando claro que, hacía tiempo que España había quedado apeada del club de los elegidos.
Como se puede deducir que las consecuencias de la guerra no solo representaron un orgullo por haber evitado convertirnos en una provincia del Imperio Napoleónico, sino que habría que analizar los costos. Los costos teniendo en cuenta todo lo que vendría a lo largo del resto del siglo XIX y todo el siglo XX. Puesto que quedamos estancados en una economía pobre, con una población poco preparada para lo que estaba por llegar y totalmente anclada política y religiosamente en siglos anteriores.
La ilustración llamó a nuestra puerta pero no quisimos abrirla.