Revista Libros
Apuntes - por Pilar Alonso
No, no se trató de una batalla a golpe de cítricos lo que dio nombre a este breve enfrentamiento entre España-Francia y Portugal, allá por 1801. Se la llamó así porque Manuel Godoy, el primer Generalísimo que parió este país, envió la rama de un naranjo a su supuesta amante, la reina María Luisa, cuando los españoles llegaron a los jardines de la ciudad de Elvas, en cuyo castillo se habían refugiado los portugueses.
Y es que, en su eterno enfrentamiento contra los ingleses, Napoleón había firmado con España el Tratado de Madrid en 1801, en el que ésta se comprometía a atacar a Portugal si continuaba apoyando a los británicos. Como Portugal debió reírse en las barbas de Godoy, el Ministro les declaró la guerra en febrero de 1801. Y como los portugueses no parecía que se hubiesen echado precisamente a temblar, en el mes de mayo Godoy se puso al frente de un ejército e invadió el país vecino, sin encontrar mucha resistencia por parte de los lusos, convencidos de que los españoles no tenían pretensiones territoriales.
Dieciocho días duró la guerra. Tiempo, digo yo, para que los portugueses se dieran cuenta de que la cosa iba en serio y se avinieran a firmar el Tratado de Badajoz, que establecía la nueva frontera de España en el Guadiana, y por el que Portugal cerraba sus puertos a los barcos ingleses.
Napoleón, que no había asomado ni la punta de un zapato por la frontera, tampoco se fue de vacío y, pese a no querer reconocer el Tratado, obtuvo parte de la Guayana, aunque no las islas de Trinidad y de Malta, que era lo que pretendía. Si a ello le añadimos que con el anterior acuerdo firmado con España se le había devuelto la Luisiana, y que había conseguido cabrear a los ingleses, no hizo mal negocio el gabacho.