Revista Opinión

La guerra siempre es ajena

Publicado el 29 marzo 2010 por Fragmentario

La guerra siempre es ajenaThomas miró por la escotilla a los soldados que festejaban. El whisky corría generosamente y el humo de los habanos y de la risa se mezclaba con el denso vapor del tren. Thomas el maquinista negro miró por la escotilla pero los soldados no lo miraron.

Afuera los campos parecían querer comerse la locomotora, la hierba apenas dejaba espacio a los rieles, la impresión era la de una lombriz solitaria corriendo por los intestinos de un animal monstruoso.

Thomas recordó su hijo muerto, la casa de barro, los insultos, la cárcel.

Comprendió algo, llenó la caldera con frenesí y tristeza, aceleró el trabajo cuando faltaban pocos kilómetros para llegar a la ciudad. (El tren bamboleaba y los soldados, aterrorizados, ahora sí que lo miraban). Cuando la máquina alcanzó la máxima velocidad, salió por la puerta trasera y montó la locomotora.

Se puso de pie sin agarrarse, sintió el viento en la cara y fue feliz. Detrás de sí los árboles muertos y los animales sorprendidos, los gritos de miedo.

El viejo Thomas esperó todavía unos segundos para saltar cuando el tren pasó entró en el puente. Sintió el agua sólo cuando emergió de la violencia y de las burbujas. Escuchó con atención y comprobó que su hipótesis era correcta: las vías internas del pueblo no resistieron, el tren había descarrilado y volcado sobre la multitud que esperaba a los salvadores de la patria. Los muertos debían contarse por decenas. Se echó al sol para secarse y se quedó dormido.

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