Revista Cine
En la sección competitiva de operas primas de La Habana 2013 vi dos cintas que, aunque de distinta nacionalidad y temática, tiene un tono narrativo relativamente similar. Se trata de Solo (Argentina-Uruguay-Holanda, 2013), de Guillermo Rocamora, y El Verano de los Peces Voladores (Chile, 2013), de Marcela Said Cares. En los dos casos hay una intención más de sugerir que de subrayar, especialmente en la película chilena, presentada en Cannes 2013, una obra un poco más opaca que su contraparte argentina.Los peces voladores del título del filme chileno provienen del lago artificial en el que una familia burguesa de Santiago viene a pasar unas vacaciones. El dueño de amplios terrenos en ese paradisiaco lugar del interior chileno, en pleno territorio mapuche, Don Francisco (Gregory Cohen), tiene una hija adolescente que, edad obliga, no parece tener otra misión que rebelarse en contra del padre. La muchacha, Manena (Francisca Walker), será testigo de las inevitables tensiones entre su papá, el todopoderoso patrón, con sus vecinos indígenas mapuches que no dicen nada pero que no necesitan hacerlo: las divisiones raciales y de clase son más que obvias para todos. Inevitablemente, Manena empezará a coquetear con un muchacho de su edad que vive en esa zona, lo que a todas luces parece una relación sin mañana.La realización de Said es todo lo lejana que se puede imaginar con respecto a una historia cómica y/o melodramática de crecimiento juvenil. La cámara distante de Inti Briones, el dominio de actores no profesionales, la filmación in situ en territorio mapuche y el privilegiar la sugerencia sobre la obviedad dramática, hacen de El Verano de los Peces Voladores una película más preocupada en crear una atmósfera ominosa que en contar una historia tradicional. El resultado no es malo, para nada, aunque creo que a Said se le pasó un poco la mano en eso de la opacidad narrativa.En un tono un poco más amable se encuentra Solo. El protagonista, el sargento de la fuerza aérea argentina Nelson Almada (Enrique Bastos) vive, en efecto, solo pues al inicio de la película es abandonado por su esposa. Nelson no es tanto militar sino músico: es el trompetista principal de la Banda de Música de la Fuerza Aérea, además de participar de vez en cuando en alguna orquesta que es contratada para fiestas familiares o pachangas de cualquier tipo.El tipo no parece tener ningún impulso vital, a no ser cumplir el sueño de ganar cierto concurso de música para el que ha compuesto una canción que suena como a nueva trova de los años 70. Sin embargo, cuando tiene que presentarse en la fase final, la Fuerza Aérea le ofrece “el gran honor” de participar en cierto homenaje oficial que será llevado a cabo en la Antártida, en la Base General Artigas. Así, el apocado/opacado Nelson (“Qué macana” es lo único que se permite decir para mostrar su molestia) tendrá que elegir entre ir a tocar un solo de trompeta en la Antártida o cumplir su sueño de ir al concurso con su canción, “Hasta Ayer”.Bastos y su director debutante, Guillermo Rocamora, nos ofrecen un personaje que siempre parece ser arrastrado por las circunstancias. Apenas puede animarse a pedir permiso para faltar a los ensayos con el fin de ir a las audiciones del concurso, no se decide nunca a entrar a buscar a su mujer en el lugar en el que ella trabaja, si tiene alguna relación sexual es casual y acaso hasta semi-incestuosa, así que cuando Nelson tiene la oportunidad de desafiar a la Fuerza Aérea para cumplir con su sueño, la cinta alcanza ciertos momentos de genuino suspenso. El desenlace, por cierto, le hace justicia al personaje y al tono narrativo de la cinta. Como ya había visto Tercera Llamada (México, 2013), que está en la sección principal, entré a ver el documental fuera de concurso Refugiados en su Tierra (Argentina, 2013), dirigido a cuatro manos por Fernando Molina y Nicolás Bietti. El filme está ubicado en un pequeño pueblo chileno, Chaitén, evacuado por la erupción de un volcán y luego asolado por el desborde un río. Toda la población fue trasladada a otro sitio, pero un puñado de gente ha regresado, tercamente, a vivir ahí. La crónica es, como el título lo indica, de la difícil vida de un grupo de refugiados en su propia tierra que no pueden -no quieren- abandonarla.La película me recordó a Fogo (2012), pero la película de Olaizola tiene dos ventajas: apenas dura 60 minutos y tiene una fotografía espléndida de Diego García. En contraste, Refugiados en su Tierra pasa de los 90 minutos y su puesta en imágenes es funcional y repetitiva. A la media hora vi que la película no avanzaba así que decidí regresar a ver Tercera Llamada, que no solo ya vi en Guadalajara 2013 sino que, incluso, la reseñé para Reforma. En todo caso, déjenme agregar que el público cubano la recibió bien.