La Habana es una ciudad amada, y amable. La de verdad existe en una dimensión casi nunca atrapada en las postales, difícilmente asequible al turista de paso por tratarse de una realidad que se da en pálpitos profundos.
Lo revelador está más allá de la mirada nostálgica que acaricia piedras coloniales; lo verdadero quita la gracia a esos automóviles de los años 50 del siglo XX, reproducidos en miniatura y hasta el delirio: La Habana real está al final de los pasillos estrechos que son gargantas de vecindarios muy poblados, o en ciertos patios centrales donde se tejen diálogos de asombro.
Lo esencial de la Ciudad Maravilla es la sabiduría de la gente, y una vocación por compartir tal conocimiento. Quien no lo crea, que salga sin un bolso a la calle, en busca del pan y de los alimentos del día. No faltará un «ingeniero del acomodo» que, si lo ve angustiado porque sus manos no alcanzan a llevar todo lo encontrado, le socorrerá.
La fibra principal también está en los amantes; en la ilusión de las adolescentes que sueñan con un galán todavía no visto; en las madres que pasan con sus hijos colgados del brazo y más de un bolso a cuestas; está en las mujeres presumidas y bien plantadas, cuyo paso ligero levanta las súplicas y ocurrencias de criollos apostados en las esquinas, aferrados a las cantinas o empecinados en hacer fortuna como se hace el algodón de azúcar.
Lo casi impenetrable, de tan oblicuo, es la ironía con que el habanero sortea las rachas de la mala suerte. Es una lucha que quien no la vive no puede adivinar en todo su despliegue: el citadino orgulloso ha tomado incluso de su hermano del campo cierta frase para camuflar sus dolores: «Estoy bien, dice el reventa’o…».
Abierta a todas las posibilidades de las esperanzas, La Habana tiene un espacio muy especial en el corazón de sus hijos más jóvenes. Para constatarlo basta con preguntar a ellos qué adoran de la capital, o qué no, o cómo la sueñan en el futuro no lejano.
Pensaba esta reportera que las interrogantes podían responderse al paso, pero cuando hace unos días se las presentó a jóvenes de distintos ámbitos de la sociedad, apreció en ellos reconcentración, respeto, un «eso hay que pensarlo…». En el Instituto Superior de Diseño (ISDi), especialísimo lugar de La Habana, Claudia L. Carralero Rodríguez, de 20 años y estudiante de 2do. año de Diseño de la Comunicación Visual, escribió con esmero:
«De La Habana me gusta su arquitectura, su gente, el dinamismo existente en la ciudad, lo cual la hace única, un lugar para disfrutar y convivir». Con igual pasión se expresa de lo que no le gusta: el descuido, parte de la arquitectura deteriorada y la suciedad en no pocas calles, lo cual «no deja que sea bella en todo su esplendor».
Claudia sueña, imagina una ciudad futura «que conserve su dinamismo y su exclusividad», pero que a la vez logre resolver sus problemas. Para ella es muy importante, en el camino de que la ciudad sea definitivamente bella, la educación de los ciudadanos.
John Carlos Alonso, de 22 años de edad y también estudiante de 2do. año de Diseño de la Comunicación Visual, dibuja una ciudad del futuro limpia y tranquila, con alto nivel cultural y disciplina social. De ella admira la diversidad cultural, las «muchas manifestaciones artísticas que coexisten con gran influencia en la juventud y los lugares que fomentan el esparcimiento y la recreación». Pero no aprueba que en algunos sectores que ofrecen servicios a la población, sobre todo estatales, no brinden una atención de calidad al cliente.
Más diseños y sueños sobre la ciudad
«Lo que más me atrae y gusta de esta capital es la cantidad de lugares históricos y culturales que tiene para cada ciudadano», afirmó desde un aula del ISDi Verena Orellana Meneses, estudiante de 2do. año de Diseño Industrial. Ella calificó de impactante el número de eventos que brinda la capital.
Y confesó que no le gusta la ciudad «carente de ideas», y que la promoción que se hace de sus eventos sea «aburrida y monótona». Sueña con una Habana «llena de elementos que provoquen emociones positivas». Imagina un día en que, al «salir a la calle, encontremos objetos de impacto visual» que animen a dar lo mejor de nosotros.
Una ciudad de historias, que resiste a pesar del paso del tiempo, ícono caribeño de culturas mezcladas, bella con sus parques y plazas, con su Malecón, su parte antigua… Así la describe Camila Alessandra Cedeño Flores, de 19 años de edad y alumna de 2do. año de Diseño Industrial. Para ella, La Habana regala una de las mejores vistas del atardecer, regala paz y sabor a libertad.
Rechaza, sin embargo, el deterioro de algunas zonas y los problemas con el transporte. La ciudad que Camila desea para el futuro es colorida, mejor alumbrada, menos contaminada, llena de personas mejor educadas, con más centros comerciales y mejores precios. «Desearía que la juventud tomara conciencia de que La Habana nos pertenece y que su integridad depende de la actitud que asumamos para con ella…, que nunca deje de ser esa mezcla que nos caracteriza; ese pasado y presente que nos envuelven».
El dinamismo, historia y contrastes, además de tener en ella una escuela de diseño como el ISDi, es de las fortunas señaladas por Roberto David Hernández Luna, de 20 años de edad y estudiante de 2do. año de Diseño Industrial. Él sueña con una Habana donde la solidaridad y la humildad pongan el tono principal a todo.
«De La Habana —afirma Alejandra González Arteaga, alumna de 2do. año de Comunicación Visual— me gusta la historia que esconde detrás de sus edificios, sus muros, sus portales». Ella habla también de majestuosidad, de «la cubanía que se respira por cada rincón, de la gente maravillosa con espíritu desenfadado y noble que recorre sus calles».
No comparte la suciedad, la destrucción de balcones y el desinterés por el cuidado de ciertos lugares. E imagina para el futuro una Habana sin miedo a enfrentar cada problema que la empobrezca, una ciudad que comunique lo que es desde sus entrañas: nobleza y maravilla.
Patricia García, de la Facultad de Comunicación Visual, exalta la naturaleza de la gente. Pide para la capital limpieza, respeto y más espacios recreativos con precios asequibles. Sabina Gutiérrez, de 21 años de edad y de la misma facultad, menciona como aciertos la calidad de las personas, el estilo de múltiples edificios y la seguridad ciudadana.
Liliana Mejías elogia el movimiento de ciudad; Daniela Pérez destaca la generosidad de los pobladores; Rocío Ruiz habla con orgullo de la arquitectura; Amanda Hernández menciona la alegría; Pedro Alberto Decoro alude a la riqueza histórica, y María Isabel Pérez destaca la hospitalidad. Entre todos, dibujan una Habana que puede ser menos ruidosa, más llena de árboles y más de paz.
Otras voces por la capital
En el instituto politécnico Fernando Aguado y Rico, en Centro Habana, el estudiante Álvaro Peraza Rodríguez, de 16 años de edad, asegura que de La Habana le gusta «todo: el ambiente… La Habana tiene su propia cultura, su propia gente, y eso es muy bonito».
—¿Cómo quisieras que fuera la capital en el futuro?
—Una Habana capaz, con su gente de su lado, que puedan decir con mucho orgullo: «Yo soy habanero».
Junto a Álvaro otros compañeros de aula resaltan los espacios culturales. Y quieren que todo esté pintado, las calles limpias; y que haya más recreación, todos los días, para los jóvenes y para todos los cubanos.
En el Sylvain Super Cake de Centro Habana, ubicado en Zanja y Belascoaín, Osmany Espinosa, de 36 años, confiesa que de La Habana le gusta todo, menos el transporte. Se imagina una ciudad más limpia, transitable, con más parques.
Tres trabajadores por cuenta propia, bicitaxistas, declaran que rechazan la insalubridad. La Habana tiene cosas buenas y malas —dicen—; a todos nos gusta la actividad recreativa. Uno de ellos asegura que le gustaría ver una ciudad bonita: «Aquí uno lo tiene todo, pero hay que restaurar a fondo».
Desde una adolescencia muy tierna, tres estudiantes de secundaria básica le hacen justicia a una Habana a la cual están unidos por los buenos recuerdos y por la esperanza: Ronney Guedes Héctor, de 13 años, admira una ciudad con sus centros culturales, su historia y su tranquilidad. No le gustan los espacios deteriorados ni las dificultades con el transporte. Sueña con mayores avances tecnológicos.
Kevin Onay Medina, de 13 años también, prefiere los museos y los lindos paisajes. Y Alejandra Santovenia, de la misma edad, destaca los lugares turísticos. Los tres, como todos los entrevistados, quisieran arreglar lo que está sucio y roto. Y si cierran los ojos, tratando de dibujar La Habana del futuro, mencionan la tecnología, un turismo más desarrollado, y la posibilidad de viajar por escenarios donde lo bello y lo armónico digan la última palabra.