anterior, que ha suscitado comentarios muy interesantes
y me ha dejado con ganas de decir más cosas).
El término kitsch se acuñó en Múnich hacia mil ochocientos sesenta y tantos. No se conoce su etimología: Unos dicen que procede de kitschen, una palabra del dialecto alemán del sur que significa chapuza y mugre, y otros dicen que viene de la mala pronunciación del inglés sketch, que los turistas pedían a los artistas locales. A mí ambos argumentos me parecen forzados. Pero es lo que hay.
Algunos autores dicen que kitsch no se puede traducir a ningún idioma más que al español cursi, que a su vez tiene una etimología más que dudosa (las hermanas Sicour, de Cádiz, y otras tres o cuatro versiones más) y además no significa exactamente lo mismo.
Sí hay un punto en que coinciden lo kitsch (o cierto subgrupo de lo kitsch) y lo cursi: Ambos son sucedáneos de lo artístico, de lo intelectualmente valioso, a lo que se supone que querrían aspirar pero se quedan en algo cómodo, trillado y con pretensiones, en algo ridículo.
El público no avisado (y un poco patán) aspira a vivir experiencias artísticas pero se va a lo cursi y a lo hortera porque se cree que esos sucedáneos son arte verdadero. (El arte verdadero no le suele gustar).
Ramón Gómez de la Serna tiene un texto delicioso y lucidísimo que se titula "Ensayo sobre lo cursi"(*). En él dice con gran ternura e ingenuidad, pero también con gran perspicacia, que en su casa racional y sensata necesita tener una habitación cursi, llena de cosas y recuerdos, blanda: Una habitación donde refugiarse, donde esconderse como en el claustro materno. "En esa habitación sí que no me puede coger la mala muerte y me siento en una lejanía de todos los gases asfixiantes".
Este es el fundamento del kitsch: la huida de la tragedia y el consuelo ante la dureza de la vida. Todos necesitamos una habitación cursi.
Decimos que amamos el arte, que deseamos el arte, pero a menudo se nos olvida que el arte no es esa bella fruslería cómoda y hermosa que deseamos. Esa cosa amable y dulce es una bella imitación, es el kitsch. El arte es jodido. El arte es sumergirte en la duda, en el torbellino, luchar, perder, dejarte la piel a tiras, no descansar ni un momento, angustiarte, buscar. El arte es una mierda.
Y la vida es otra mierda. O la misma. Competir, afanarse, madrugar, fracasar, jadear, llegar tarde y al sitio equivocado, volver a empezar...
Pero el kitsch, lo cursi, es una maravilla. Nubecillas de algodón dulce y muchos lazos rosas(**). Es un consuelo y un placer.
Si te encierras en la habitación cursi y te abrazas a un cojín blandito y mullido nadie va a venirte con un burofax y, como dice mi ilustre tocayo, ni siquiera la muerte te va a encontrar.
Los libros que más gustan, las músicas, las películas... todo eso es un sucedáneo de arte que va muy bien, que está muy bien hecho y nos satisface, pero que no es arte en lo que este tiene de vanguardia y de experimentación e investigación. (Vamos, en lo que tiene de arte de verdad).
Necesitamos a Pérez Reverte, a Alejandro Sanz, a Parque Jurásico... ¿Demasiado fácil? Pues subo el listón: Necesitamos a Agatha Christie, a The Beatles, a Star Wars... ¿Sigo subiendo? Luego lo haré(***). Son ejemplos fantásticos de obras bien hechas, entretenidas, divertidas, magníficas. Son éxitos comerciales porque nos gustan y porque nos entretienen y nos alegran la vida. Benditos sean.
Por el contrario, obras muchísimo más elaboradas, profundas, arriesgadas, nunca han tenido éxito. Me refiero a éxito de verdad, a éxito masivo. Me refiero a que Valle-Inclán daba sablazos a los amigos para poder ir tirando mientras que Echegaray (el "viejo idiota") ganaba el premio Nobel. Porque Echegaray (por cierto, ingeniero de caminos, canales y puertos) era, además de un muy buen matemático, un escritor brillante, que rimaba muy bien y desarrollaba ejemplarmente unos dramas muy sensibles y emocionantes, mientras que Valle era un indeseable, un sinvergüenza, un cantamañanas, un gilipollas que escribía "como un asesino / grazna el bombardino / sacando la nuez, / y el clarín se irrita, / y se despepita su lengua soez. / El señor Serapio / reparte el morapio / con esplendidez". ¿Dónde vas, Ramón María (otro tocayo), atontao?
Valle-Inclán tenía un don que el otro no podía ni sospechar, ni oler, ni intuir. ¿Pero de qué le sirvió? ¿Cuántos le leían? ¿Cuántos iban a ver sus obras teatrales? El público quería al otro.
Para mí hacer esta caricatura es muy fácil, pero no: Tengo que decir que el otro era muy bueno. Tengo que decir que hay kitsch muy bueno. E incluso -y este es el fundamento de esta entrada- el kitsch es muy necesario. La habitación cursi es vital.
El durísimo crítico Dwight MacDonald dijo que El viejo y el mar es un ejemplo palmario de kitsch porque es un "producto cultural" que simula poseer todos los requisitos de la alta cultura pero que es solamente una falsificación con meros fines comerciales. Dice que Hemingway, después de hacer un duro y sincero trabajo de vanguardia (leed, por favor, sus cuentos "Los asesinos" o "Algo que tú nunca serás", o "Cincuenta de los grandes", por ejemplo) y de conseguir "un estilo" se relajó y escribió esta novela del viejo pescador salao con todos los trucos que ya sabía y sin arriesgar nada.
(A mí El viejo y el mar me gustó mucho, pero claro, se trata precisamente de eso: de gustar. Siempre se asocia el kitsch al "mal gusto", pero en realidad el "buen gusto" es bastante más kitsch. El mero concepto de "buen gusto" es la esencia del kitsch).
Acabáramos: Entonces todo es kitsch. Solo es arte la experimentación incierta y azarosa de vanguardia, y solo lo es mientras no guste a nadie y mientras su autor siga buscando ansioso con gran desconcierto y angustia. En cuanto aquella indagación llegue a algún puerto se convertirá en kitsch. Según eso, todos los autores que nos gustan y que nos emocionan, desde Picasso hasta Bach, desde Miguel Ángel hasta Mondrian, son kitsch porque llegaron a algo y adquirieron una forma de trabajar, y con ello bajaron un poco la guardia. Pues vaya.
Entonces para valorar una obra de arte solo nos queda decir: Qué buena: Ni la entiende nadie ni le gusta a nadie.
Según este razonamiento extremo ningún edificio que guste a alguien puede ser bueno. Nada que guste a nadie puede ser verdadero, sino que es un mero sucedáneo pensado para gustar. Una rendición, una bajada de pantalones, una concesión al público, una estafa, un fake, un remedo facilón.
Pues entonces tendremos que gritar que a la porra el arte, que necesitamos libros entretenidos, músicas con ritmo y melodía y habitaciones cursis. Sin todo ello nuestra vida sería horrible, de una dureza inhumana, solo apta para seres sin corazón e intelectualmente incansables.
Mientras tanto, por favor, dadme un cojín blandito y dejadme ser feliz.
Addenda.- Alvar Aalto hablaba siempre de humanizar la arquitectura. No hay, seguramente, un arquitecto moderno más agradable ni más adorable que él. He podido visitar algunas de sus obras y son verdaderamente deliciosas. Con Dudok me pasa algo parecido en cuanto a disfrute. (Pero un análisis a mala leche, a lo Dwight MacDonald -a quien los dioses confundan- siempre dirá que son arquitectos "comerciales" y los apartará de la primerísima fila, en la que solo están los tres grandes dioses).
Claro, que estos grandes dioses, a su vez, hacían concesiones al gusto y al placer de los usuarios. Le Corbusier, el de la "máquina de habitar", el defensor de los trazados reguladores y de la geometría precisa y racionalista, no tiene obra, por más racional que sea, que no tenga excepciones, gestos, caprichos porque sí, que actúan como "habitaciones cursis" dentro del duro e insoportable teorema y lo hacen habitable.
(*) GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón, "Ensayo sobre lo cursi", Revista Cruz y Raya, 1934. (Editado como libro junto con "Suprarrealismo" y "Ensayo sobre las mariposas" por Moreno-Ávila Editores, Madrid, 1988, pp. 155. "Ensayo sobre lo cursi", pp. 15-53).
(**) O grandes voladizos, cubiertas planas y acero corten, cuidado: Cada uno según sus gustos.
(***) Según la tesis de MacDonald, cualquiera que nos guste: Hemingway, Bach, El padrino...