Federico García Lorca
Si nunca hubiera salido a la luz Poeta en Nueva York el azul del cielo seguro que no tendría historia. Se teñiría de un gris apagado y sin vida, sin saber que faltaba ese azul sin temor del que hablaba Lorca. Nadie nos hubiera acercado la ciudad de los rascacielos a esta orilla de la misma manera. Ni hubiera sentido esa música con tanta pasión para transformarla en poemas tan ricos y sonoros como los suyos. O habría sabido escribir con esos ojos el mundo americano. Nadie como él.De la misma manera que le ocurrió a Lorca, y como os escribí en un post anterior, han sido muchos escritores a lo largo de las décadas los que han visto prohibidas sus obras. De la Biblia, a El Quijote, Sherlock Holmes, Ulises o hasta Cien años de soledad. Qué sería de la historia de la literatura sin obras de Kafka o Nabokov, por ejemplo. Libros censurados ya fuera por quien fue su autor, su vocabulario, el público a quien se dirigía, la historia narrada o su personaje protagonista. Todo aquello escrito tenía causa de delito y podía ser perseguido. Lo suyo sería recopilarlos todos y encerrarse a leerlos, con nocturnidad y alevosía. A escondidas, bajo la manta, con la linterna y con la prisa de saber que nadie puede vernos con ese ejemplar entre las manos. Disfrutarlos sabiendo que pocos pueden reseguir esas líneas. Descubrir el causante de tales acusaciones, gozarlos, vivirlos como si nos fueran a ser arrebatados en cualquier momento. Como si esa historia fuera a ser volatilizada en 3, 2, 1… Como si alguien fuera a alzar la manta y encontrarnos ahí debajo, delinquiendo en la lectura.Alicia Framis lo ha hecho posible dedicando una parte de su vida a recopilarlos. 194 libros. Estudiado el porqué de su censura con suma minuciosidad. Adquirido el ejemplar y cambiado su portada por una en color negro con el título, todos iguales, todos inculpados. Colocados en la habitación de los libros prohibidos. Biblioteca en la que podemos sentarnos y estar rodeados de historias con historia. Admirar todos y cada uno de los títulos que cuidadosamente ha añadido a esa lista e ir de nombres como Bradbury o Orwell a J.K.Rowling. La habitación mágica se encuentra en la galería Blueprojectde Barcelona. Allí ha sido donde la artista catalana afincada en Amsterdam ha dejado tal maravilla para que podamos perdernos en ella. Ahí dentro estuve yo un buen rato. Mis ojos y mis manos iban de un ejemplar a otro, como si leyeran en braille, como si me hiciera falta también el tacto y no solo la retención visual en la memoria. Los abría y contemplaba el libro original, con sus versos o sus ilustraciones. Impactada por cómo se podía haber prohibido El cuento del travieso Perico y el conejito Benjamín de Beatrix Potter. Pensando cómo debió reaccionar Roald Dahl cuando retiraron de circulación su James y el melocotón gigante por contener palabras malsonantes. Sonriendo mientras pensaba en Sir Arthur Conan Doyle, conocida su parte más personal tras la lectura de Marías, y la cara que se le quedaría tras la prohibición de su Sherlock, acusado de promover en él el ocultismo y el espiritismo.
Me di cuenta ahí sentada, entre censuras, de cómo generación tras generación siempre hemos estado privados de lecturas. Páginas que a posteriori han podido ser leídas tan tranquilamente por los que han venido detrás. Recordé ahí mismo la primera de las lecturas que me fue arrebatada. Seguramente requisaron algún título antes, pero yo recuerdo este como el más doloroso. El primero de unos cuantos. Lágrimas que derramé yo por esos secuestros. Me enamoré del personaje de Malena, necesitaba saber qué pasaba en su vida página tras página. Almudena Grandes, a través de Malena es un nombre de tango, fue un interruptor para mí tanto en mi vida personal como en mi pasión lectora, en lo que a narrativa se refiere. Tenía dieciséis años y las más de quinientas páginas de ese libro iban conmigo allí donde yo fuera.Me dosificaron su lectura porque según mi madre “me obsesioné y dejé de poner hasta la mesa”. Curioso es conocer los motivos por los que suceden dichas privaciones del papel. Por eso aún quedé más fascinada cuando pedí a los comisarios de la exposición la posibilidad de conocer las 194 historias y ellos el día siguiente, un domingo, me enviaron el dosier con los detalles. En esas casi doscientas páginas se explican los intríngulis de cada veto lector. La mejor guinda que habría podido tener yo tras esa habitación de libros prohibidos. Después de estar rodeada por todos ellos, llegar a casa y descubrir el secreto que ocultaban todas esas portadas en negro, la oscuridad que las hizo esconderse. Tal vez, porque todos ellos han acabado saliendo a luz, que el azul de la noche no le tiene miedo al día. Quizás por eso siguen prohibiéndose lecturas, para ser analizadas y aún más deseadas. Se leen con más ganas, como aquello que anhelas con pasión y por fin es tuyo, ni que sea tan solo un ratito bajo la manta. Tened siempre la linterna preparada, por si acaso.