Con extraña contención arranca La habitación, la nueva película de Lenny Abrahamson tras su no menos peculiar Frank. Una contención que pretende dar formas de normalidad a algo que en pocos minutos comenzamos a intuir que tiene poco de normal.
Una madre que juega con las palabras (acercándose a los planteamientos sobre el lenguaje que hacía Giorgios Lanthimos en Canino) y con la idea de lo que es real y lo que es televisión. Toda la parte inicial de La habitación es un prodigio de planteamiento de situaciones y psicología de personajes, a la vez que un contundente ejercicio de puesta en escena claustrofóbica: solo dos actores (tres en realidad) entre cuatro paredes haciendo uso del espacio y dando a cada esquina, cada objeto, cada mirada, un nivel de significancia que nos acerque a la terrible verdad.
Una vez que los personajes se enfrentan a El Mundo, Abrahamson nos revela que esto no va a ser la historia de un cautiverio sino el relato del descubrimiento de ese mundo que tiene tanto que ofrecer. El punto de vista será hasta entonces, de forma totalmente estricta, el del pequeño Jack, de solo 5 años. La mirada y el relato del niño para lo que todo es nuevo, desde unas escaleras a cómo se relacionan realmente los seres humanos.
Como suele ocurrir con los relatos con dos partes bien diferenciadas nos vemos forzados (no sabemos por quien) a valorarlos como si dos películas diferentes nos hubiesen contado: nos pasó con El puente de los espías, donde el quiebro narrativo nos planteaba nuevos espacios y ritmos, y nos pasa en La habitación. En el momento en que la película pasa a ser El mundo todo es reconocible para nosotros como espectadores y, por tanto, baja la capacidad de sorpresa. Aun así, Abrahansom y su guionista y autora de la novela original, Emma Donoghue, consiguen solventar el síndrome de TV-Movie.
El material es ciertamente inflamable, siempre al filo de la lágrima fácil y el sentimentalismo más soez. Sin embargo, al centrar el relato en todo lo que está por venir antes que en todo lo que pasó, La habitación termina escogiendo el luminoso halo de esperanza y mantiene el horror fuera de plano, lo que provoca que nuestra imaginación comience a volar y dar forma a esos actos que querríamos no pensar.
No cabe duda que dos de las principales bazas de La habitación es el sobresaliente trabajo del duo que forman Brie Larson y Jacob Tremblay, mostrando una complicidad ante la cámara llena de verdad y dolor.
La habitación demuestra que una historia, por muy truculenta y sórdida que parezca, siempre depende del punto de vista de quien la cuenta. Y que todo aquello que no se dice y dejamos a la imaginación es siempre más doloroso que la realidad.
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