Sentado sobre la arena me encontraba esa noche veraniega.
Una vez más trataba de alejarme de ese mundo que me hacía tanto daño.
Algunas lágrimas crecían en mis ojos y se alejaban frías por mis mejillas.
Estaba mirando el cielo, como buscando una señal que me diga que hacer cuando, de pronto, vi una mujer en las estrellas.
Estaba sentada sobre una de ellas y se encontraba observando la marea.
Al principio no podía creerlo y dudaba de mis ojos, pero luego ya estaba convencido.
La mujer rápidamente se dio cuenta de que la estaba mirando, entonces convertida en un rayo, bajo al mar.
Ya en las aguas, empezó a caminar sobre ellas hacia mí.
En ese momento pensé “es una hechicera”
Cuando la mujer llego a la orilla, desde sus desnudos pies se iba formando un sendero de rosas blancas a medida que caminaba.
Tenía sobre su vestido y rodeándola, un grupo de mariposas que parecían enamoradas de ella.
Venia directo hacia mí y yo estaba inmóvil.
No podía reaccionar, tan solo era un testigo de lo que estaba ocurriendo.
Al instante, ya frente a mí, la hechicera empezó a mirarme directamente a los ojos sin decir nada.
Su mirada tenía mucha fuerza y seguridad. Podía sentir algo dulce en su presencia.
Largo rato estuvimos así, mirándonos.
La playa estaba desierta y solo estábamos nosotros.
De pronto, rompiendo el silencio dijo: “puedo ver tu dolor”.
Algo avergonzado, escondí mi mirada.
“el camino que estás buscando no lo encontraras mirando las estrellas, sino mirando aquí” dijo al tiempo que señalaba mi corazón.
Entonces, ella se volteó y comenzó a caminar rumbo al mar en un nuevo sendero de rosas blancas.
En ese momento, tuve un impulso de angustia y por eso le dije: “¿cómo sabré que el camino que elija va a ser el correcto?”
La mujer se detuvo y justo antes de convertirse en rayo contestó “tú lo sabrás”