Si hay un tema que genera un intenso debate en todo el mundo en el ámbito de los libros, ése es la caducidad de los derechos de autor. Las leyes españolas y estadounidenses marcan que pasados 70-80 años tras la muerte del autor, los derechos de las obras quedan libres de explotación y sus herederos ya no pueden disfrutar los beneficios. Es una auténtica barbaridad y una injusticia como pocas.
Una obra pasa al dominio público cuando los derechos patrimoniales han expirado, lo que sucede habitualmente trascurrido un plazo desde la muerte del autor (post mortem auctoris). El plazo mínimo, a nivel mundial, es de 50 años y está establecido en el Convenio de Berna. En el Derecho europeo, son 70 años desde la muerte del autor. Una vez pasado ese tiempo, dicha obra entonces puede ser utilizada en forma libre, respetando los derechos morales. Así, como quien hace una gracia.
Piense. Usted puede dejar a sus herederos una casa, un coche, su fortuna o lo que le dé la gana, y ellos podrán disfrutarlo durante toda su vida sin restricciones. Y los hijos de sus hijos, etc. ¿Por qué debe ser diferente en el caso de los derechos de autor? No debe serlo, es obvio, y es algo que los legisladores deben cambiar rápidamente.
Un escritor puede pasar años escribiendo y al final el resultado de ese trabajo sólo podrán disfrutarlo sus herederos durante 70 años antes de pasar a dominio público. Es como si usted deja su casa a sus hijos y éstos únicamente pudieran tenerla durante 70 años y después pasara a propiedad del estado. ¿A quién se le ocurrió semejante disparate? Pues ahí está, no me lo invento. Lo que me extraña es que sean pocos los escritores que hablen del tema siendo nosotros, y nuestros herederos, los más afectados.
En Estados Unidos, que como en todo es donde más avanzados estamos, los gabinetes jurídicos especializados en Propiedad Intelectual y derechos de autor trabajan desde hace tiempo en estrategias para extender la vigencia de los legados de los escritores y su disfrute por los herederos. No resulta fácil tal y como está la legislación internacional al respecto, pero una de las formas de preservar esos derechos pasa por la trascendencia de algunos personajes creados por los escritores, que incluso va más allá de la importancia de las novelas. Supongo, pues, que mis herederos agradecerán en su día que nacieran personajes como Josh Perkins, Jason Rovin, John Turner, David Crow, Todd Brooks, Christine Darrell, Tim Braddock, Shania Jones o Samantha Davis, entre otros.
Para ello se registran los derechos como marca comercial, pero en este caso sólo se alarga la protección a los personajes pero no a las obras publicadas, que quedan libres pasados los plazos establecidos en cada país. Lo cierto es que este sistema es incompleto y poco útil para la mayoría de los autores.
En el centro del debate está algo muy razonable. Todo el mundo puede disfrutar de sus herencias sin límites de tiempo, excepto los herederos de los escritores. Es una discriminación evidente que no veo que esté en los programas electorales de los políticos, ni siquiera de aquellos que dicen defender la cultura. Ay, pilluelos, que se os ve el plumero.
Esa distinción y flagrante discriminación entre legados es uno de los grandes desafíos actuales en el mundo del libro. Muchos escritores han defendido un cambio en las legislaciones internacionales al respecto, empezando por el propio Mark Twain, que abogaba por heredar los derechos a perpetuidad, y pasando por Javier Marías o Mark Helprin en años recientes, y a los cuales me sumo encantado en esa reclamación.
Hay gente que opina y defiende prácticamente la abolición de los derechos de autor (claro, porque no son ellos los afectados), y un sistema de cultura gratis. Esto está muy extendido en España, donde la ignorancia va de la mano del poco o nulo respeto al trabajo ajeno cuando se trata de cultura. No son más que otra clase de explotadores con la careta de la defensa de la cultura libre.
Ya va siendo hora de defender las causas justas y dejarse de mamarrachadas política y socialmente correctas. El legado de los escritores, sus derechos de autor, deben ser para sus herederos para siempre. Es su riqueza y nadie tiene derecho a hacerse con ella, y el Estado menos que nadie.
A ver si aprendemos de una santa vez a defender bien la cultura y sus legítimos herederos.