Revista Opinión
El mundo, la humanidad, como si fuera una inmensa balanza, bascula entre esos 2 grandes principios: la libertad y la igualdad.
Los listillos, los auténticos sinvergüenzas ya han hecho su definitiva elección, la libertad, ahí es nada, la posibilidad de que cada uno de nosotros haga realmente lo que quiera, es como para morirse, lo que sucede es que ésta es la gran superchería, el supremo engaño, la libertad no existe, no puede existir sin una verdadera igualdad.Entonces, ahora, sí, qué es primero el huevo o la gallina. Y la historia esa “magistra vitae”, ya nos ha dado su veredicto, la gallina que debe de poner los huevos libres no es sino la igualdad.Yo he conseguido ahora, a mis 82 años, ser medio libre, porque tengo una pensión de 1.486 euros mensuales que me permite sobrevivir apenas a la furibundas arremetidas de la vida, pero ¿qué libertad tiene ese pobre hombre lleno de miseria y con barba que se paseaba por las calles ayer, arrastrando un desvencijado cochecito de niño y un famélico perro?La de elegir con toda la libertad del mundo entre morirse de hambreo ir luego, cuando cierren los grandes almacenes, a rebuscar algo para él y para el perro en los contenedores de basura.Respecto a guarecerse de ese frío de la madrugada que le mataría, que lo matará, un día de éstos, poco puede realmente hacer que no sea lo que hizo aquella señora de Barcelona, que se refugió en una de esas pequeñas antesalas que las entidades de crédito y ahorro han dispuesto para el funcionamiento de los cajeros automáticos, adonde fueron a perseguirla y pegarle fuego unos inocentes cachorros liberales, firmes partidarios de “La sociedad abierta y de sus enem igos”, que piensan sinceramente que los pobres, los miserables no deberían siquiera existir y de que si existen, a pesar de todo, deben de ser exterminados a sangre y fuego, como hacían los bárbaros del Norte cuando invadían los territorios del sur de Europa.Porque no otra cosa es la libertad, libertad para vivir, libertad para matar, porque matar se mata de muchas maneras, incendiando directamente a los miserables que se refugian en uno de los símbolos del capitalismos para no morir de frío una noche de invierno o despidiendo de su trabajo sin ningún género de seguridad social a los que sobran en el duro mercado laboral.Y, si lo primero, sí que lo tilda la sociedad abierta de crimen, a lo segundo, no, ya que se trata de un efecto colateral de la suprema ley de todos los mercados del mundo: la concordancia de la oferta con la demanda, una de las leyes más férreas de la naturaleza, ¿qué se puede hacer si un trabajador más o menos especializado sobra en esa inmensa cadena de producción que es el mundo mundial, ampararlo, protegerlo mediante unas leyes que le ofrecerán la posibilidad de vivir sin trabajar? Esto no sería sino una aberración inadmisible, una blasfemia, un sacrilegio intolerable, que una sociedad bien constituida y abierta no puede permitir ya que si tal trabajador no ha hecho todo lo suficiente para especializarse de tal manera que sus servicios sean imprescindibles para la sociedad, la culpa es indudablemente suya y no está del todo mal que se le castigue de alguna manera por ello.Y si el castigo resulta deleznable y horrible ¿quién tiene realmente la culpa de ello, si el hombre, o la mujer, fue libre para elegir su propio destino en medio de esa desigualdad que tanto gusta a Rajoy porque dice que no sólo es natural e inevitable sino que es precisamente el acicate para que el individuo espabile, trabaje y estudie lo que, por medio de la mano invisible que rige no ya solo los mercados sino toda la economía ésa que es la puñetera vida, acaba por situar a cada uno en su puñetero sitio, qué más da si al final éste es el pequeño tugurio que un banco ha dispuesto para que sus clientes utilicen a cualquier hora, esto sí que es libertad, la posibilidad de sacar dinero de su cuenta, al propio tiempo que ahorran personal de Caja, lo que indudablemente engrosará las filas del jodido paro? Pero de esto, sí, de esto nadie tiene la culpa.Libertad para que yo compita en el mercado de cualquier manera, si tengo bien forrado el riñón, bajando artificialmente los precios para llevar a la quiebra a los que no lo tienen. Libertad para que Cameron suba de tal modo las tasas universitarias que ya sólo puedan ser altos profesionales en el mercado de trabajo los hijos de los millonarios, y le importa muy poco, mientras tenga a su lado las fuerzas de seguridad, que los estudiantes le hagan las huelgas más multitudinarias de los últimos años. Libertad, pues, para destrozar la igualdad, para matarla, para acabar con ella ya que, como dice Rajoy, es antinatural e improductiva porque si todos vamos a ser más o menos iguales gracias ala desafortunada intervención de Papá Estado, ¿para qué coño queremos trabajar y esforzarnos, acaso no será igual la vida para todos, hayamos hecho cada uno lo que nos haya salido de las criadillas? El, Rajoy, por ejemplo, ha tenido un montón de oportunidades gracias a la libertad que le proporcionó su padre, magistrado de la carrera judicial, no sólo ha sido el registrador de la propiedad más joven de España, más de un millón de las antiguas pesetas libres al mes, sino que, ahora, posiblemente, va a tener la oportunidad de implantar su concepto de lo que es una sociedad libre y abierta en este desdichado país de todos nuestros pecados, en el que lo hijos de los hijos de los padres de los padres no sólo bien situados en los escalafones de las distintas profesiones liberales del Estado, sino además inmensamente ricos por su nacimiento, seguirán formándose endogámicamente como la clase dominante, mientras que los curritos de Vallecas y de cualesquiera otros barrios periféricos de nuestras grandes ciudades sólo podrán ser, si tienen suerte, esos barrenderos que de madrugada viajan en el pescante de los camiones de la basura que limpian sus maravillosas ciudades.O sea, señores de la Sala, el triunfo indiscutible de la libertad sobre la igualdad, como debe de ser porque esto es lo justo y necesario, es nuestro deber y salvación porque Dios y la naturaleza, “Rajoy dixit”, así lo han establecido por los siglos de los siglos. Amén.