Resulta evidente que, en un mundo tan globalizado como en el que vivimos, la supervivencia de la prensa local se aproxima a un acto de heroísmo. Se da la paradoja de que la ciudadanía vive un momento de hiperinformación a través de múltiples canales y, fundamentalmente, por las denominadas redes sociales, mientras desconoce lo que acontece en su entorno más inmediato. Es decir: podemos saber al detalle lo que pasa a miles de kilómetros de nuestra casa, por ejemplo, los devastadores efectos de un catastrófico tsunami en Indonesia, pero ignoramos que, a dos calles de donde vivimos, una familia pasa por el duro trance de carecer de las necesidades más elementales. Esa es, en muchas ocasiones, la globalización informativa que nos han vendido y ante la que la prensa local -como es el caso de Siete Días Jumilla- ha de mantenerse firme, contra viento y marea, reinventándose cada día, acercando a los lectores la más palpitante actualidad de su entorno.
Hace un par de años, aunque parezca mentira, un pequeño periódico de Iowa, The Storm Lakes Times, que funcionaba como un negocio familiar, obtuvo un codiciado premio Pulitzer. Su decena de trabajadores habían plantado cara desde sus páginas a las potentes empresas agrícolas que contaminaban los ríos de la zona. Pero no solo de asuntos de investigación y denuncia se ocupaba este medio local. En otra ocasión, por contraste, llevó hasta su portada a una estudiante que había encontrado un trébol de cuatro hojas. Una modesta publicación, compitiendo en los galardones con el Washington Post y el Houston Chronicle y situándose a su altura. Cuando a su editor le preguntaron por el secreto para haber obtenido tal distinción, aseguró con una tesis aplastante que no encontraba ninguna razón lógica por la que un artículo escrito en Iowa tuviera que ser peor que otro escrito en Washington. Y creo que dio en la diana.
[Siete Días Jumilla / 31-1-2019]