Ya no falta nada para Navidad. Las luces de las calles, la decoración de escaparates, los villancicos... nos anuncian la llegada de las fiestas más entrañables del año. El espíritu navideño se hace notar en las casas que lucen majestuosas guirnaldas en sus puertas o que albergan un colorido árbol en su interior.
Casi todos los árboles de Navidad están adornados de la misma forma: espumillón, cintas, bolas de colores, luces, la estrella de Belén... y, en muchos casos, la herradura. La tradición de colocar una herradura obedece a sus funciones como amuleto: se protege el hogar con un talismán que aúna dos fuertes aliados: el ancestral poder mágico del hierro, metal que se empleaba en la fabricación de las herraduras originales, y el proceso de forjado del propio mineral.
Según la mitología, y tal y como afirma una leyenda China, los demiurgos consideraban que la forja era una puerta de comunicación con el cielo. Las propiedades del hierro como amuleto se remontan a miles de años atrás: ya en la Antigüedad se le atribuía la virtud de proteger contra influencias infernales o maléficas, además de ser símbolo de la fertilidad y la protección.
De ahí la tradición secular de utilizar la herradura tanto para favorecer la fecundidad de mujer, campo y ganado como para velar por la seguridad de vidas humanas, reses y cosechas. A día de hoy, todavía está muy extendida entre los habitantes del campo la costumbre de clavar cerraduras en las puertas y paredes exteriores de las casas.
Por otra parte, existe una leyenda medieval que reza que las brujas, con el fin de proteger sus aquelarres, volaban en escobas en lugar de transportarse a caballo, como era costumbre en la época. Lo hacían así porque el mismo miedo que tenían a los crucifijos, se lo tenían a las herraduras.
Todas estas propiedades protectoras de la herradura contribuyeron a que en la actualidad sea una de las piezas estrella de la decoración navideña.
Publiqué este artículo por primera vez el 12/12/2011 en el blog "MagiaManía"