He leído, durante mi vida, dos o tres libros de Octavio Paz, aunque reconozco que rara vez ha conseguido “entusiasmarme”. Para comprobar si mis sensaciones son distintas al abordar un género distinto, me adentro en una pieza teatral firmada por el mexicano y que lleva por título La hija de Rappaccini. En síntesis, podría decir que nos traslada la historia de Juan, un estudiante que se prenda de su hermosa vecina Beatriz, hija de un famoso y extravagante investigador. Muy pronto el protagonista va a descubrir con desagrado la condición maléfica del padre y la condición de experimento de la hija, que está envenenada en cuerpo y alma por su progenitor.
Lamentablemente, tampoco en esta ocasión me convence mi aproximación a la obra de Paz, sin duda por incapacidad mía para valorarlo. Esta pieza me parece pedante, verbosa y disminuida en su valor por su brevedad. Los personajes son puro humo de palabras; y creo que la artificiosidad es el más evidente de sus atributos.
Dado el prestigioso y los reconocimientos que rodean a este escritor, no descarto volver a él más adelante. Tengo su obra ensayística muy cerca de mí en la estantería.