Revista Libros
La hija del optimista, por Eudora Welty
Publicado el 21 enero 2010 por David Pérez Vega @DavidPerezVegEditorial Impedimenta. 222 páginas. Editado en 2009, texto de 1972.
Hace años hojeé un libro de relatos de Eudora Welty. Lo vi en la librería Antonio Machado -al lado del Círculo de Bellas Artes-, y lo tomé en las manos. Encontraba en el volumen una peculiaridad: era un libro de Anagrama y no me sonaba la autora (me debo de saber casi de memoria el catálogo de Anagrama). Y me he decidido ahora a leer esta novela, tras haberme topado asiduamente con el nombre de la autora en prensa o internet. Se ha estado llevando a cabo un relanzamiento de su obra en España durante las últimas temporadas: Lumen ha editado sus Cuentos completos, e Impedimenta lanzó en 2009 esta novela, La hija del optimista, escrita en 1972 -premio Pulitzer de 1973-, que ya va por la tercera edición, y que incomprensiblemente no había sido traducida nunca al español.
La trama es aparentemente sencilla: el retirado juez Mckelva, de 71 años, del pueblo de Mount Salus en el estado de Mississippi, tiene problemas en los ojos. Visita a un amigo oftanmólogo en Nueva Orleans acompañado de su hija Laurel, de unos 50 años, y su segunda esposa, Fay, de unos 40 años.
El juez no parece recuperarse de la operación a la que es sometido y en unas semanas muere en el hospital de Nueva Orleans. En Mount Salus les esperan a las dos mujeres, que regresan con el cadáver, todos los conocidos de los padres de Laurel (su madre ha fallecido una década antes), para acompañarlas en el velatorio del muerto y el entierro.
Fay regresa unos días con sus familiares a Texas y Laurel se queda en su antigua casa familiar hasta que tres días después vuele a Chicago, donde reside sola (es viuda, su marido murió en la Segunda Guerra Mundial).
La tensión entre las dos mujeres es evidente desde el principio. Fay es arrogante, impertinente y sabe que no es bien recibida en Mount Salus, donde piensa quedarse para continuar con su vida. Laurel siente que esa presencia mancilla el recuerdo de su madre y su propio sentido de la pertenencia a la casa familiar, que va a dejar de ser un lugar al que poder volver.
Por lo que he leído, se vincula el nombre de Welty a la tradición de escritores sureños en Estados Unidos, a William Faulkner, Truman Capote, o Carson McCullers. Buscando estas referencias he leído la novela. De los tres escritores diría que a quien más me ha recordado ha sido a Capote. Como él, Welty se vuelca en la sutilidad de la descripción de detalles y logra definir a los personajes a través de los objetos sobre los que posan la vista.
La 2ª parte del libro, formada por la escena del velatorio, me ha parecido un prodigio de composición coral, culminado por la sutilidad de la descripción del entierro.
“La mirada de Laurel fue de un lado a otro entre las estelas que señalaban las tumbas de los McKelva. Fue entonces cuando vio la camelia favorita de su padre, la Chandlerii elegans, antigua y ya pasada de moda, que él mismo había plantado junto a la tumba de su mujer: ahora ya era casi tan grande como un poni, y estaba cargada de flores vivas y muertas, y permanecía erguida sobre una alfombra marchita formada por sus propios pétalos”, escribe Welty en la página 120.
Lo más curioso de mi búsqueda de antecedentes literarios de Welty ha sido toparme con la presencia embrionaria de sus seguidores. Hay una escena bellísima en la 4ª parte de la novela en la que Laurel evoca su amor por su marido muerto, trasladando su recuerdo a la visión conjunta de la confluencia de dos ríos desde un tren, en la que he sentido latir la prosa de Richard Ford (en su novela Incendios describe una escena de una forma bastante similar), y también he visto la forma que tiene luego Raymond Carver de connotar a los objetos de significado y cargarlos de amenazas (algo, por otro lado, muy común en la sutil escuela de creación literaria norteamericana).
Una novela espléndida sobre los lazos familiares y el paso irrevocable del tiempo, que me ancla el nombre de Eudora Welty dentro del canon de la literatura norteamericana. Lo único extraño de este libro es que se hayan tardado casi 40 años en acercarlo al público español. La edición de Impedimenta está muy cuidada, un lujo de libro.