En nuestra vida cotidiana tenemos que relacionarnos con mucha gente hipócrita y falsa. Y por supuesto ninguno lleva un cartel anunciándolo, pero podemos identificarlos rápidamente cuando hablamos con ellos, porque uno de sus temas preferidos es hablar de los demás y nunca bien. Son gentes falsas, difamadoras, charlatanas, chismosas, incendiarias, calumniadoras y, por supuesto, hipócritas.
La mejor cualidad contra ellos es respirar profundo, contar hasta tres, decir <<bien, vale>> y seguir nuestro camino.
Evidentemente el mundo de la política está lleno de este tipo de impostores que cultivan una imagen de pulcritud, hablando del bien común y del servicio a los demás o de la rectitud mientras esconden una mano en la espalda para robar, mentir e implementar medidas que terminan lacerando el beneficio general.
Es difícil entender esta asquerosa actitud de fingimiento y posturas postizas, ideas o cualidades que son contrarias en realidad a las que sienten, piensan o tienen.
Las únicas expectativas a las que una persona debería obedecer tendrían que ser las suyas propias. Es obsceno aparentar lo que no se es.
Hay muchas teorías que tratan de explicar a qué se debe la hipocresía. Sin embargo, la que más fuerza parece tener es aquella que dice que la hipocresía surge de la necesidad de formar grupo.
La hipocresía es una de esas cualidades que nadie quiere tener, pero que, de alguna manera, todos sufrimos. Por suerte, se puede luchar contra ella.
El hipócrita, en el teatro griego, designaba al actor que utilizaba máscara y disfraz para representar una personalidad ajena a la suya. Su objetivo era deleitar al público.