Un ser tangible que no pudiera ser tocado por nada conllevaría una contradicción consigo mismo. Otro tanto cabría decir de un ser visible que jamás pudiera ser visto, o de un ser móvil situado en un ámbito inespacial. Al quedar en la mera potencia irrealizable no podría predicarse de ellos la cualidad que nominalmente se les atribuía.
Ahora bien, el universo sigue leyes o no las sigue. Si no las sigue, no es un universo, sino una amalgama. Si las sigue, es inteligible, pues está en la esencia de una ley racional el serlo y el hacer que lo sea aquello que por ella se explica. Por tanto, si el universo tiene leyes y puede pensarse, éstas deben ser pensadas mientras son, es decir, deben permanecer en acto.
La diferencia entre una ley y una orden es que, mientras que ésta sólo debe ser obedecida, aquélla tiene que ser también inteligida.
Así pues, las leyes del universo, puesto que son, son pensadas o por el propio universo o por otra cosa. Si por el propio universo, éste tiene alma. Si por otra cosa, ésta es Dios.