La Historia Compartida…Por César del Campo de Acuña
Sean bienvenidos una vez más a La Historia Compartida, la sección de www.cincodays.com dedicada a las breves biografías de las más variopintas personalidades de la historia. Hoy les voy a hablar de un antropófago que la historia parece haber olvidado.
¿De quién hablamos?: de Alexander Pearce, un criminal irlandés nacido en 1790 en el condado de Monaghan. Fue ahorcado el 19 de julio de 1984 a las nueve de la mañana por sus crímenes en la cárcel de Hobart Town, Australia, tras ser atendido por el Padre Connolly.
¿Por qué paso a la historia?: Pearce ha pasado a la historia por las nueve semanas que permaneció fugado junto a siete compañeros del presidio. Fue durante esas nueve semanas en las que Pearce para sobrevivir no dudo en matar a sus acompañantes y comérselos.
¿Sabías que…?: Como le ocurrió a la inmensa mayoría de irlandeses de su tiempo su infancia y juventud se vieron salpicadas por el hambre y la necesidad. Aquella miseria le empujo al camino de la delincuencia profesional. En 1819 es detenido por robar seis pares de zapatos. Por aquel delito, y debido a las ansias colonizadoras británicas sobre la isla continente que es Australia, le condenaron a siete años de prisión en una cárcel australiana. Concretamente fue enviado a la penitenciaria de la Isla de Sarah, cercana al puerto Macquaire, localidad ubicada al oeste de Tasmania.
La mayor parte de los reos enviados a Australia no sobrevivían más de un año ya que en la condena estaban incluidos los trabajos forzosos. Por otro lado, la comida para lo población reclusa no era abundante por lo que las cárceles australianas eran conocidas entre las gentes de los bajos fondos como Las puertas del infierno. Si el infeliz sobrevivía no podía hacer otra cosa que quedarse en Australia ya que no tenía modo alguno de costearse un pasaje de vuelta a Inglaterra. Pearce, en la Isla de Sarah, trabajo forzosamente en la industria maderera y no dudo en intentar escaparse cada vez que tuvo oportunidad pero siempre era descubierto por lo que era castigado con no pocos latigazos.
Lo que ninguno de sus carceleros podía intuir es que todos aquellos abusos y privaciones estaban moldeando a un psicópata con un gran sentimiento de desarraigo. Así, llego el 20 de septiembre de 1822 y acompañado de otros siete presos, unas pocas provisiones y una afilada hacha, se hicieron a la mar en una pobre embarcación aprovechando una distracción de los carceleros. Los nombres de los siete que acompañaron a Pearce fueron: Alexander Dalton, Thomas Bodenham, William Kennerly, Matthew Travers, Brown Edward, Robert Greenhill y John Mather. La idea de aquellos reos era llegar a una isla tranquila o a China, con el fin de dejar atrás su pasado carcelario.
Lo que los protagonistas de esta evasión no sabían es que las aguas de Tasmania son peligrosas y que la embarcación que habían robado no aguantaría los envites de las olas. Terminaron naufragando por lo que no les quedó más remedio que nada hasta la isla más cercana. Desde el punto en el que estaban, una vez tocaron tierra, tenían más de 250 kilómetros de distancia hasta la población más cercana, pero eso era algo que desconocían. Anduvieron por aquella inhóspita y prácticamente inexplorada tierra durante días por lo que las pocas previsiones con las que aun contaban se desvanecieron rápidamente. La desesperación se comenzó a hacer palpable. Una noche el líder del grupo, Robert Greenhill se reunió con Pearce y Matthew Travers para hablarles de la posibilidad de matar a Alexander Dalton, reo que tenía fama de soplón en la Isla de Sarah. Ni Pearce, ni Travers pusieron objeción alguna por lo que Greenhill, mato de un hachazo a Dalton. Ayudado de sus dos compinches desangro el cadáver, saco los órganos y los paso a la parrilla. Esa noche solo comieron carne humana Greenhill y Travers mientras que el resto de presos, salvo Pearce los miraba horrorizados.
Brown y Kennerly decidieron no participar en aquello y partir peras con el grupo huyendo. Asustados por lo que los dos huidos pudieran contar el resto de los supervivientes comenzaron a perseguirles, pero estos lograron huir. Finalmente el grupo de Greenhill detuvo la búsqueda confiando que los elementos se deshicieran de Brown y Kennerly. Estos dos últimos, días después de su huida llegaron a una población, pero murieron antes de poder decir una palabra a causa del agotamiento y la deshidratación.
El siguiente en caer por el filo del hacha que siempre portaba Greenhill fue Bodeham. Ocurrió el 15 de octubre de 1822. El siguiente fue John Mather. A esas alturas todos los que quedaban habían probado la carne humana pero Mather no formaba parte de la sociedad gastronómica formada por Greenhill, Pearce y Travers. Un día, mientras recogía raíces para hacer una sopa, fue sorprendido por Greenhill. Se pudo defender, pero quedó malherido. Durante la noche los tres caníbales le convencieron para dejarse matar a lo que Mather dijo que sí, pero después de encaminar su alma al Señor. Una vez termino de rezar, el hacha calló y los tres hombres que quedaban saciaron su apetito y secaron tiras de carne sacadas del cuerpo de Mather para subsistir los siguientes días.
El problema con el que se encontraron a los pocos días fue que tan solo quedaban ellos. Ejecutor e instigadores. ¿Quién sería el siguiente? Greenhill desde luego no, ya que era el más corpulento y además tenía el hacha. Por lo que la partida quedaba entre Travers y Pearce, estando este último mucho más alejado de Greenhill que Travers. Pero quiso la providencia que a este último le picara una serpiente tigre, por lo que finalmente, y tras fatigosos días junto a un desamparado Travers, al que llegaron incluso a llevar en hombros, terminaron sacrificándolo. La cosa quedaba entre Greenhill y Pearce. Pearce, un hombre menudo de baja estatura no tenía nada que hacer físicamente hablando contra la mole de Greenhill, pero supo guardar fuerzas y esperar su oportunidad y así tras ocho días de caminatas al mismo paso y silencios incomodos junto al fuego por las noches, Greenhill sucumbió al sueño, oportunidad que aprovecho Pearce para matarlo y darse un festín.
Pearce entonces tuvo suerte. Fue encontrado, por casualidad, por un pasto de ovejas con el que hizo buenas migas debido al pasado como reo del dueño del ganado. Pearce pasó unas semanas recuperándose en el chamizo del pastor. Una vez recuperado se marchó a una población donde esperaba pasar desapercibido, pero sin mayor oficio que el de ladrón rápidamente fue detenido por sus continuos robos en las granjas de la zona. Cuando fue capturado, durante el interrogatorio confesó sus crímenes pero no le creyeron ya que las autoridades pensaron que era una invención de Pearce para cubrir el rastro de sus compañeros aun evadidos.
Fue enviado devuelta a prisión en 1823, concretamente a una situada en Puerto Macquaire, lugar de donde volvió a fugarse, en esta ocasión acompañado de un tal Thomas Cox. Cuando volvió a ser detenido si se creyó en la hipótesis caníbal ya que las autoridades encontraron un cuerpo terriblemente mutilado y carne seca en los bolsillos de Pearce. Evidentemente se trataban de los restos mortales de Thomas Cox. Lo que escandalizo a los que le encontraron fue que Pearce tenía abundantes provisiones con él. Sencillamente se había acostumbrado a comer carne humana. Por el crimen que se pudo demostrar fue ahorcado.
Su calavera está expuesta en la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia.
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