Revista Coaching

La historia de Caperucita Roja contada por el Lobo

Por Andresubierna

caperucita

Estamos acostumbrados a escuchar la historia de Caperucita Roja desde el lugar de la niña… Sin embargo, existen otras interpretaciones posibles, así que el fin de semana pasada tomé mi auto y me fuí al bosque, intentando entrevistar al Lobo.  Después de caminar por largo tiempo, pude cumplir mi cometido. Aquí va la transcripción de la parte más jugosa de la historia que me contó el Lobo:

“El bosque es mi hogar. En él vivo, y me importa mucho este lugar. Lo amo con todo mi ser y trato de mantenerlo siempre cuidado y limpio. Me gustan mucho las flores silvestres y los nuevos brotes verdes de los árboles.

Un día de sol, mientras estaba yo limpiando la basura que unos turistas desaprensivos habían dejado en un claro del bosque, escuché pasos. Como podía tratarse de algún peligro, corrí a esconderme detrás de un árbol. Entonces vi a una pequeña niña bajando por el sendero. Llevaba una canasta colgada de uno de sus bracitos y cortaba las flores y hojas tiernas que a su paso encontraba.

No podría asegurar por qué, tal vez por esa actitud, quizás porque estaba vestida de una forma muy rara (toda de rojo y con su cabeza cubierta, como si quisiera que nadie supiera quién era ella), lo cierto es que desconfié de aquella niña. Naturalmente la detuve y le pregunté quién eera, de dónde venía y a dónde llevaba todo eso. Me contestó con una extraña historia sobre su abuelita y la canastita con el almuerzo que le llevaba.

Paracía una persona honesta, pero estaba en mi querido bosque, cortando mis flores y brotes tiernos, y ciertamente parecía sospechosa con esa vestimenta que llevaba. Por eso decidí que debía enseñarle que no estaba bien andar por el bosque ocultando su cara y cortando flores y brotes verdes.

La dejé seguir su camino, pero corrí, adelantándome, hasta la casa de su abuela. Cuando vi a esa linda viejecita, le comenté lo que había pensado, y ella estuvo de acuerdo en que su nieta necesitaba una pequeña lección. Acordamos que no se dejaría ver hasta que yo la llamara y por eso se escondió debajo de la cama.

Cuando llegó la niña y abrió la puerta, la invité a pasar al dormitorio, donde me había acostado vestido como su abuelita. La niña entró acalorada y al verme me dijo algo desagradable sobre mis “enormes orejas”. Ya me habían insultado antes y por eso traté de suavizar las cosas, sugiriendo que mis “enormes orejas” me ayudarían a oírla mejor. Mi intención era darle a entender que ella me agradaba y por eso quería prestar mucha atención a lo que me decía.

Pero ella hizo otro comentario agraviante sobre “mis ojos saltones”. Se imaginarán cómo me estaba comenzando a sentir respecto a esta niñita que, bajo una apariencia bella, escondía a una persona muy agresiva y desagradable. Aun así traté de superar mi enojo, diciendo que mis grandes ojos me ayudaban a verla mejor. Su siguiente insulto realmente me llegó.

Ocurre que mis dientes me acomplejan mucho, y esta niña se rió de ellos señalando lo grandes que eran. Ahora sé que debía haberme controlado, pero no lo hice. Salté de la cama y le aullé que mis dientes eran para “comerla mejor”.

Seamos realistas: ningún lobo podría comerse a una pequeña niña. Todo el mundo sabe eso. Pero esta loca niña comenzó a correr por toda la casa gritando mientras yo la seguía, tratando de calmarla.

Para no seguir ocultándome en un disfraz, me había quitado la ropa de la abuela, pero esto agravó aun más las cosas.

De repente, la puerta cayó destrozada y apareció el guardabosque con su hacha. Lo miré y me quedó claro que yo estaba en problemas. Había una ventana abierta detrás de mí y hui por ella rápidamente.

Me gustaría decir que ése fue el final de la historia. Pero la abuelita nunca contó mi versión de lo ocurrido. Se corrió la voz de que yo era malo y desagradable. Todo el mundo comenzó a evitarme…

No sé que fue de aquella niña con esa extraña vestimenta roja, pero si quieren saber algo de mí…: desde entonces no he vuelto a vivir tranquilo y feliz.

Te agradezco Andrés, que después de tanto tiempo alguien se haya interesado por conocer mi verdad.

Aquí no tengo tecnología, pero me dijo un pajarito que tu blog es muy leído… Mis horas en este bosque están contadas así que no quiero nada para mí ni mi imagen pública, pero espero que se difunda por el mundo lo que ahora te conté y que la próxima vez que tus lectores escuchen hablar de una persona, sean conscientes que, si bien esa historia puede estar basada en datos verdaderos, no contempla todos los hechos ni toda la información posible. Siempre hay otras historias sobre la misma situación.”

Por Andrés Ubierna con una selección de Conversar, de César Grinstein.

 


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