Revista Expatriados

La historia de la catástrofe del pollo

Por Spanierin

Érase una vez un pollo que, tras haber pasado a otra vida (no sé si mejor) llegó un día a mi cocina. El Cocinero alemán dijo: María, he ahí tu pollo; pollo, he ahí tu consumidora. Y me puse manos a la obra.

Uy... pues esto no es una pechuga como yo pensaba... ¿Qué es esto? Aquí hay un hueso... ¿es un codo? ¿una pata? No puedo cortarlo en trocitos para freírlos, ¿no? ¿O sí? Bueno... tal vez sí. Pero debería buscar unas tijeras. Veamos... No, no tengo tijeras en la cocina, y las otras son las que usaba de pequeña en el cole para hacer manualidades. Seguro que arañan más que cortan. Bien... Piensa, piensa. El Cocinero alemán hace esto con el cuchillo, se lo he visto hacer un montón de veces. ¡No será tan difícil!

A ver... ¿qué tengo que hacer primero? ¡Coger un cuchillo! O mejor dos, por si acaso. Uno grande y uno pequeñito, como si fuera una profesional. Vale, ¿y ahora? Mmm... si tiro de aquí parece que la piel se despega de la carne... un poco más... otro poquito... ¿Qué es eso que se queda pegado a la carne? ¡Si la piel la tengo en la mano! ¿Y por qué es transparente? ¿Será un plastiquillo? ¡Voy a quitárselo por si acaso! Esto está muy pegado... ¿y si tiro desde el otro lado de la pata? No, desde aquí no puedo sujetar la piel.

Mmm... Pues nada, seguiré tirando desde arriba. Uy, aquí donde está la rodilla ésta ya no puedo tirar. ¿Por qué no? Si es la misma piel. ¡No pasa nada! La remango hacia abajo y tiro desde el otro lado. Ah, no, que no sale. ¿Por qué no sale? ¡Pobre pollo! Pues le dejo el pellejo aquí remangado, con la piel colgando, y voy cortando trozos de carne hasta que consiga separar todo del hueso.

Y ahora la pregunta del millón: ¿por dónde corto? Aquí donde está la rodilla parece que se juntan trozos de carne. Voy a probar. Uy no, está muy duro. ¿Alrededor del hueso? Imposible, este cuchillo es gigante. A ver con el pequeño... Nada, ni corta en esta zona. Pues vuelvo a donde estaba al principio. ¿Aquí? Sí, por aquí... aquí parece que está más blandito... Entonces tendré que seguir por aquí... ¡Ah! No, aquí ya hay hueso.

¿Y qué es esa tira blanca? ¿Será un tendón? Qué suerte tengo de disponer de tan escasos conocimientos anatómicos, especialmente de pollos. ¿Lo corto o no lo corto? ¿Y si lo dejo tendrá mal sabor cuando lo cocine? ¿Se arrugará? Yo mejor lo quito. ¡Pero si no lo puedo cortar! Esto está más pegado que el plastiquillo de la piel... Debería inventar un molde recortable o lo que sea que pudiera marcar en el pollo en forma de líneas discontinuas para saber por dónde cortar. ¡Madre! ¡Qué difícil es esto! Bueno, yo por si acaso voy a intentar quitar todo lo blanco que pueda...

...

45 minutos después: creo que me rindo. ¡No consigo quitar todas las cosas blancas! Tampoco soy capaz de separar toda la carne de los huesos. Y lo peor: pobre animal, si se levantara de donde sea que esté su alma acabaría con la mía de lo inhumanamente que me estoy portando con él. Por cierto, ¿dónde estarán las almas de los pollos? En fin, que esto me está doliendo más a mí que a él... Menos mal que el pobre bicho ya no lo siente, que sino... ¿Y si paro ahora, me ceno la verdura que ya está cocinada y que iba a mezclar con los trozos de pollo, y acabo después? Tengo hambre, mi estómago empieza a hablar... ¡No! ¡Tengo que seguir con ello! ¡Lo lograré!

...

Finalmente, logré cortar el pollo en trocitos pequeños, tal como yo quería. Pero masacré de tal manera al pobre animal, que el balance final arrojó un triste resultado: verdura 3 - pollo 1. Fue verdura con pollo, en lugar de viceversa. Y no cené a gusto, mi conciencia no quedó tranquila después de la experiencia.

Moraleja de esta historia: si la continuidad de la vida del ser humano en este planeta depende de que yo me ponga a cocinar pollo para todos, estamos perdidos.


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