Desde que provoqué aquella catástrofe con el pollo me había creado a mí misma un trauma culinario difícil de resolver. ¿Volvería a comprar carne y me atrevería a prepararla yo sola? ¿O cocinaría mejor cosas cuyo origen no fuera una parte de un animal?
Por suerte para mí y para esos pobres animalillos existen libros de cocina que nos hacen la vida mucho más fácil. Especialmente a mí, lo confieso.
El caso es que, hace poco, decidí volver a hacer un experimento cárnico: compré pechugas de pollo (por aquello de la ausencia de huesos que pudieran llevarme a hacer una locura) y seguí al pie de la letra los pasos de una receta de mi super genial libro de cocina "1080 recetas de cocina". El resultado fue este:
¿Tiene buena pinta, eh? La receta se titula "pollo con ajo, perejil y zumo de limón". Nivel de dificultad: como para que yo lo haga y quede bien. Porque sí, está feo que yo lo diga, pero estaba muy rico. Bueno, las croque-patatas de la parte de la derecha estaban congeladas, pero la parte izquierda de la foto es producción mía.
Así que a partir de ahora ya sé a dónde acudir cuando tenga que enfrentarme a la carne.
No contenta con ese pollo, al día siguiente me atreví con algo más complicado (al menos para mí): hacer un cocido madrileño... en Austria... con la mitad de ingredientes de los que normalmente habría necesitado, ya que algunos no los encontré, y otros directamente no los hay.
A pesar de ese grado de dificultad añadida, diré que no quedó mal del todo (aunque el color del caldo sea un poco amarillo para mi gusto):
Tal fue el éxito de ese plato que el propio Cocinero alemán, que me critica hasta una triste tortilla de patatas, me dijo que estaba bueno. Que evidentemente él lo habría hecho de otra forma, pero que le gustó. Ya le he advertido de que si va a intentar hacer cocido cambiándolo a su gusto que por favor le ponga otro nombre y no lo relacione conmigo. Pero hasta ahora no se ha atrevido.
Próximamente: María y la repostería. Ya veréis, ya.