En un reino lejano había un joven conocido como el hombre que contaba “la historia que todo lo sana”. A quienes se sentían tristes alejaba la tristeza para siempre, a los melancólicos les devolvía la esperanza, y a los enfermos la vitalidad de los cuerpos sanos. Tal fue su fama que llegó a oídos de un rey que veía cómo su reino se debilitaba por el contagio de una extraña enfermedad.
El rey, antes de que se marchitara el último de sus tulipanes, imploró al joven que entonara “la historia que todo lo sana”.
Cuando éste la hubo terminado y los pájaros reanudaron su canto, el rey pudo gobernar como gobiernan las estrellas el cielo y las olas los océanos.