Es fácil olvidar que los habitantes del mundo antiguo también estudiaban historia - los babilonios que vivieron hace 2500 años fueron capaces de mirar hacia milenios previos de experiencia humana. Esa es la parte que hace el museo de la princesa Ennigaldi tan singular. Su colección poseía maravillas y artefactos tan antiguos para ellas como la caída del imperio romano para nosotros. Pero también es un símbolo siniestro de una civilización moribunda consumida por su vasta historia.
El arqueólogo
El museo de Ennigaldi era solo uno de los muchos descubrimientos notables de Leonard Woolley, considerado generalmente como uno de los primeros arqueólogos modernos. Nacido en Londres en 1880, Wooley estudió en Oxford antes de convertirse en el auxiliar del conservador en el Museo Ashmolean del colegio. Fue allí donde Arthur Evans - reconocido arqueólogo por sus trabajos con la civilización minoica en la isla griega de Creta - decidió que Woolley sería más útil en el campo de trabajo, por lo que Evans lo mandó a Roma para empezar su carrera de excavación.
Aunque Woolley tenía interés en la excavación desde hacía mucho tiempo, tenía poco o ningún entrenamiento formal en ello. Le dejaron para que aprendiera solo el trabajo, y muchas de las técnicas y enfoques que se le ocurrieron serían muy influyentes para futuros arqueólogos. Justo antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, excavó en la antigua ciudad hitita de Karkemish junto con su joven ayudante T.E. Lawrence, que no tardaría en dejar su carrera arqueológica por su papel más famoso como...Lawrence de Arabia. Podéis verlos en la foto.
Pero fueron los trabajos de Woolley en la antigua ciudad mesopotámica de Ur las que cimentarían su legado. Empezando en 1922, Woolley excavó grandes hileras de una antigua ciudad-estado que había existido durante miles de años, desde la antigua civilización sumeria en el 3000 a.C. al imperio neobabilónico en el 500 a.C. Uno de los mayores descubrimientos - al que se puede llamar el equivalente sumerio de la tumba del faraón Tutankamón -fue la tumba de Shubad, una mujer de gran importancia en el siglo XXVII a.C. cuya tumba ha permanecido inalterada en los siguientes 4.600 años.
Sin embargo, fue el descubrimiento de algo de los últimos tiempos de la existencia de Ur lo que nos interesa en este caso particular. Y para ello, podríamos ir directos a las palabras del propio Leonard Woolley.
El descubrimiento
En su libro Ur de los Caldeos, Woolley relata sus excavaciones en el complejo de palacio de Ur. Este particular palacio data del final de la larga historia de la ciudad-estado, justo antes de la absorción de sus territorios en el imperio persa y el abandono de la ciudad en torno al 500 a.C. Esta era la época del imperio neobabilónico, y mientras que Babilonia era la capital del imperio, la ahora antigua ciudad de Ur era importante tanto por su localización estratégica cerca del golfo Pérsico como por su legado.
Como Woolley explica en su libro, él y su equipo estaban bastante seguros de estar excavando en Ur, en el último periodo, que es por lo que encontrar todos los artefactos en una cámara particular tenía tan poco sentido:
De repente los trabajadores descubrieron gran óvalo con tapa de piedra negra, cuya tapa estaba cubierta con tallas en relieve y lados con inscripciones; era un hito que marcaba la posición y el contorno de una propiedad territorial, con una declaración de cómo llegó a las manos del dueño y una terrible maldición dirigida a cualquiera que retirara la marca del terreno del vecino o estropeara o destruyera el registro.
Ahora, esa piedra perteneció al periodo Casita en torno al 1400 a.C. Casi tocándola estaba el fragmento de una estatua, un trozo de brazo de una figura humana en la que había una inscripción, y el fragmento había sido cuidadosamente recortado para darle un aspecto limpio y preservar la escritura; y el nombre de la estatua era el de Dungi, quien fue rey de Ur en el 2058 a.C. Entonces vino un cono de arcilla del rey Larsa de aproximadamente el año 1700 a.C., después unas cuantas tablillas de arcillas de la misma época, y una gran cabeza de maza votiva de piedra que no tenía inscripciones pero que bien podría ser 5000 años más antigua.
¿Qué pensábamos? Aquí había media docena de diversos objetos encontrados yaciendo en el pavimento intacto de ladrillo del siglo VI a.C., y el más moderno tenía 700 años más que el pavimento y el más antiguo quizás 1.600.En una sola habitación, Woolley había descubierto 1.500 años de historia mezclados entre sí, como si encontraras aleatoriamente una estatua romana y una pieza de mampostería medieval mientras limpias tu armario. Por sus propios medios, estos objetos nunca se habrían encontrado de esta manera. Alguien había perdido el tiempo con estos artefactos - tan solo no podían imaginarse hace cuanto y con qué propósito se llevó a cabo.
El museo
Woolley se dio cuenta rápidamente de que podía ser un antiguo museo, el equivalente del siglo VI a.C. al tipo de instituciones que ahora le patrocinaban. De hecho, una pieza clave fue la distribución de los artefactos - mientras que todos estaban mezclados desde una perspectiva temporal, quienquiera que haya traído esos objetos lo había hecho con un cuidado y atención considerable.Lo más concluyente fue la etiqueta del museo más antiguo del mundo. En su libro, Woolley describe haber encontrado cilindros de arcilla en la cámara, cada una escrita con esto en tres idiomas distintos, incluyendo el semítico tardío. Cita una de esas descripciones, junto con una valoración más bien irónica de lo que decía:
“Estos”, dijo, “son copias de ladrillos encontrados en las ruinas de Ur, obra del rey Bur-Sin de Ur, que mientras buscaba el plano original [del templo] el gobernador de Ur encontró, y yo vi y escribí para la maravilla de futuros espectadores. “
El escriba, ¡ay! no era tan sabio como creía, por sus copias llenas de errores y casi ininteligibles, pero sin duda lo hizo lo mejor que pudo, y de hecho nos ha dado la explicación que queríamos. La habitación fue un museo de antigüedades locales...y la colección era este tambor de barro, la etiqueta de museo más antigua conocida, realizada 100 años antes y mantenida, presuntamente junto con los ladrillos originales, como un registro de la primera excavación científica de Ur.
Seguramente, Woolley no pensó mucho en la atención al detalle del escriba. Pero era suficientemente hombre para admitir cuando se equivocaba y admitió rápidamente que la arqueología de Ur había estado desarrollándose durante 2.500 antes de que pusiera un pie allí. E, incluso más notablemente, este museo más antiguo superaba a los primeros museos modernos en dos milenios.
El conservador y el rey
Así que, ¿quién era el responsable de esta antigua maravilla llena de maravillas incluso más antiguas? Ese honor lo tiene la princesa Ennigaldi, la hija del Rey Nabonido, el último rey del Imperio Neo-Babilonio. Como era costumbre para las hijas de los reyes mesopotámicos, sus obligaciones principales eran religiosas por naturaleza, tanto como la suma sacerdotisa de la diosa de la Luna Nanna como administradora del colegio de jóvenes sacerdotisas. Fue durante el 530 a.C. que Ennigaldi creó este museo. Esto se acerca peligrosamente a todo lo que sabemos sobre la mujer tras el primer museo de la historia.
Ahora sabemos que el museo fue construido con el apoyo y estímulo de su padre el rey, quien era a su vez un anticuario entusiasta y un coleccionista de artefactos antiguos. Es difícil saber de dónde vino su interés por el pasado, pero pudo tener que ver con el hecho de que, según se describía a si mismo, venía de orígenes humildes y que solo se sentó en el trono porque había destronado a su predecesor. Sin una rica historia real que aprovechar, es posible que encontrara una sustituta en la antigua ciudad de Ur.
Con ese fin, el rey llevó a cabo el que sería su última contribución a la arqueología, y esa fue la restauración del Gran Zigurat de Ur. Mientras que no sabemos con total seguridad que propósito tuvo esta gran estructura - la mejor suposición es que él y los otros zigurats eran algún tipo de templo - sabemos que el zigurat sumerio original se había derrumbado en tiempos de Nabonido, por lo que decidió restaurar el zigurat para que recuperara su antigua gloria. El descubrimiento de los restos de este segundo zigurat en el siglo XIX serían la clave para identificar el lugar como la antigua ciudad de Ur, y a su vez a establecer las excavaciones de Leonard Woolley en la década de 1920.
Mundo agonizante
Dado que no tenemos registros directos de Ennigaldi o Nabonido sobre este museo, solo podemos suponer por qué decidieron situarlo en Ur. Pero en sus informes de resultados, "Excavaciones en Ur: Periodos Neobabilónico y Persa", Leonard Woolley sospecha que era el resultado natural de una era que se había obsesionado con su pasado:
Que esta debe haber sido una colección totalmente congruente con la devoción al pasado de la época y especialmente del gobernante Nabonido ya que este edificio esta probablemente asociado a su hija. Que el museo debiera estar conectado con un colegio no sería una sorpresa. Los colegios normalmente estaban organizados en templos, y algunas enseñanzas eran del tipo que pudieran ilustrarse con antigüedades. En los colegios de Larsa encontramos copias de una vieja inscripción histórica existentes en la ciudad que fueron objeto regular de estudio.Como tal vez es solo apropiado para una ciudad que está llegando a su fin tras 2.000 años de historia, el reinado del rey de Ur Nabonido fue uno gobernado con un aparente sentimiento sobrecogedor de nostalgia, una fascinación por los tiempos pasados. No es tan sorprendente - incluso la escuela de sacerdotisas de Ennigaldi tenía 800 años cuando se hizo cargo de ella, haciéndola tan antigua como lo son ahora Oxford y Cambridge. Ur se convirtió en un vasto museo conmemorando épocas que hace tiempo que se fueron.
De hecho, Ur era tan solo el ejemplo más extremo de un imperio completo que funcionaba a base de nostalgia. El Imperio Neobabilónico era muy consciente de su pasado, ya que representaba el primer periodo de gobernantes propios tras siglos de dominación de sus vecinos del norte. Podemos verlo en las inscripciones imperiales, en las que expresiones de hacía 1.500 años aparecían de repente en inscripciones así como selecciones de texto en lenguaje sumerio, muerto desde hacía mucho. Incluso el sistema de escritura fue alterado para parecerse al que se hacía miles de años antes.
En ese contexto, la invención del museo en el 530 a.C. no parece particularmente nueva o revolucionaria. En vez de eso, parece una prueba más de una civilización consumida por su propia historia y asustada de avanzar en el futuro. En retrospectiva, tenían una buena razón de ser, considerando sus vecinos del este en Persia que pronto conquistarían el imperio y la propia Ur que quedaría abandonada, como una víctima de una grave sequía y los caprichos del Eúfrates.
Y aún con todo ese estancamiento cultural, la princesa Ennigaldi y su padre tuvieron una idea que sigue siendo relevante 25 siglos después. Si conservar y organizar un pasado que mereció la pena celebrar conlleva la muerte del futuro de tu civilización...bueno, he visto peores trade-offs.
Fuente: Io9