Los videojuegos no pueden llegar a ser arte porque las compañías – al menos algunas – no se lo toman como tal. Directo, al grano, y sin rodeos porque no estamos para andarnos con retóricas que no llevan a ningún lugar. El sector empieza a tomar caminos peligrosos y la culpa es, en gran parte del consumidor, ya que reacciona de forma estúpidamente incomprensible ante situaciones surrealistas. No, no hace descifrar ni buscar segunda intenciones, es una crítica directa al sector y a la industria, pero sobre todo es una crítica con un gancho directo a la mandíbula del usuario. No es para menos, nos hemos vuelto exquisitamente exigentes, tratando esto cómo otro elemento de consumo puro y duro, así pues no le pueden llamar arte.
Para ponernos en situación, sólo hace falta ver cuales han sido las reacciones descontrolada de un grupo de “gente” – por ponerles un nombre – ante el polémico y controvertido final de Mass Effect 3. No, no he jugado el título, de hecho me da igual como termine porque, desde hace tiempo, ya tengo mi opinión formada. Mass Effect es una Saga que ha enterrado la credibilidad de Bioware como desarrolladora, debido a su tendencia a hincar la rodilla ante sus seguidores. Y esto es así, desde que decidieron dejar de ser fieles a la propuesta que ofrecían en la primera entrega.
Mass Effect – el primero – definitivamente es un mal juego, porque falla como juego de rol y por que fracasa estrepitosamente como “shooter en tercera persona”. El claro ejemplo de como no hacer un híbrido, y cuyo único interés – quizás lo mejor del título – está en la diversidad de las elecciones y la promesa – cumplida por suerte – de que cada decisión cuenta. Por lo demás, Mass Effect petardeaba como intento o acercamiento a “Opereta Espacial” así sin más. Y aún con todo esto llegó a ganarse un lugar dentro de mi recuerdo como jugador. Por descaro, por intento de hacer algo grande, por asentar unas bases hacia algo que prometía marcar un antes y después en esta generación.
Pero entonces cuando sólo podían mejorar, llegó el cambio de rumbo hacia la acción pura y dura, algo que en Mass Effect 2 fue aplaudido soberanamente. El público había sido escuchado y Bioware se dejó de probaturas y borró de un plumazo todo aquello que oliera a juego de rol. No pasa nada, todos contentos – o quizás no – pero los números en las ventas estaban ahí y nadie iba a toser a la desarrolladora tras su flamante éxito. La gente contenta, millones de billetes verdes en el bolsillo de Electronic Arts – la distribuidora – por lo que aquí paz y luego gloria. Hasta que llegó Mass Effect 3, bueno mejor dicho, hasta que éste se atrevió a dar un hostia en toda la boca del consumidor.
Sin duda es espeluznante el color que está tomando todo esto. Me imagino al señor Leonardo da Vinci respirando de alivio en su tumba al ver que la gente, tras descubrir que su obra magna “La Gioconda” ni es tan bella, ni tan grande, ni tan poderosamente impresionante, no puede salir corriendo de forma enajenada hacia la búsqueda del libro de reclamaciones para pedir que éste rehaga de nuevo su obra. Todo ello porque ellos pagaron una entrada y por lo tanto están en todo su derecho. Tres cuartos de los mismo debe pensar el polifacético Miguel Angelo, tras comprobar como el pene de su “David” no contenta ni al sector femenino – por desilusión – ni al sector masculino – por falta de realismo.
- Dramatización
De nada sirven, al parecer, las palabras de apoyo vertidas por algunos grandes del sector, hacia la soberana libertad del autor ha decidir el final de su obra. Por mucho que estos sean gente del calado de Ken Levine (Bioshock) o Paul Barnett (Warhammer Online) . Bioware repitiendo el error de Mass Effect 2, ha anunciado su nueva bajada de pantalones. Y bajo la excusa de “el público quiere pagar pues que pase por caja” han prostituido no sólo su reputación sino también el concepto original de la saga. Y llegados a este punto, sólo queda esperar a ver cuando podremos comprar juegos a la carta. Como en el menú de un restaurante, donde el consumidor elige el entrante, el plato principal y el postre. Total no hablamos de arte, estamos hablando de algo que se consume y si no gusta es suceptible de queja, ¿no?