Vivimos en la conversación. Todas nuestras relaciones personales, familiares y profesionales están construidas a partir de ella. Nuestro presente es el resultado de las conversaciones que mantuvimos en el pasado. Nuestros escenarios futuros se están definiendo según las conversaciones que estamos manteniendo hoy.
Entramos en la conversación desde la participación y desde la escucha, abriéndonos a una danza desde la que recibimos ideas. Algunas nos parecen relevantes mientras que a otras no les damos ninguna importancia. Concentramos nuestra atención en aquellas que consideramos que la tienen. Seleccionamos y procesamos toda la información que se genera en el diálogo. Les ponemos etiqueta según cuáles nos gustan y cuáles no.
Hasta que llega un momento en que tomamos una decisión: defender o suspender.
Cuando vivimos la conversación desde la defensa la reducimos a un juego en el que nos limitamos a defender nuestras ideas frente a las de los demás. Tomamos una posición basada en que nosotros tenemos la razón y ellos no. Nuestra forma de actuar es similar a la de cualquier persona que necesita defenderse y protegerse de un ataque.
Una posición defensiva pura es la de aquél que defiende algo desde el firme propósito de que no está dispuesto a admitir que está equivocado. En esta situación no espere un intercambio de ideas, no espere tampoco la creatividad y la innovación que surge cuando varias personas se sientan a pensar juntas. El único resultado que tendremos es el debate: una discusión controlada entre personas que defienden puntos de vista diferentes y que compiten para demostrar cuál de ellos tienen la razón.
Es posible que las personas vayan a la conversación a defender sus puntos de vista pero con la suficiente apertura para revisarlos. Si albergamos la posibilidad de que los demás nos pueden ayudar a enriquecer y mejorar nuestro punto de vista la conversación puede tener un resultado más creativo: un proceso dialéctico en que los diferentes argumentos se van mejorando conforme las personas hacen un ejercicio de pensamiento colectivo.
La alternativa a una posición defensiva es la de suspender nuestras creencias y nuestros puntos de vista. Cuando vamos a la conversación desde una posición de suspensión renunciamos al control y permanecemos abiertos a pensar juntos, a crear nuevas ideas y soluciones que no existían en el momento en que comenzamos el diálogo.
Desde la suspensión dejamos de identificarnos con nuestras creencias. Cuando estamos libres de ellas podemos escuchar sin resistencias ni filtros, explorar las creencias de los que no piensan como nosotros y definir aquellas preguntas que nos permiten enmarcar mejor los problemas a los que nos enfrentamos. Sólo a partir de la suspensión podemos pensar juntos, ser creativos e innovadores y generar posibilidades nunca antes exploradas.
Podemos elegir entre defender y suspender. Después de todo, para cambiar el mundo sólo se necesitan personas que se sienten a conversar, a pensar conjuntamente y a dialogar en torno a soluciones para aquellos asuntos que importan. Ya sea a nivel global, local, organizacional o personal sólo podemos conseguirlo si acudimos a la conversación renunciando a la defensa ciega de nuestros puntos de vista.
Tal vez merezca la pena
Notas
He utilizado en este artículo las ideas de William Isaacs sobre diálogo y conversación
Quisiera compartir con vosotros la síntesís que utilizo para mis talleres de Comunicación y Liderazgo Conversacional. La podeis descargar en el siguiente enlace