Creo que cuando leí por primera vez La hoja roja, de Miguel Delibes, no acerté a entender del todo lo que estaba leyendo. Es normal: tenía algo así como quince o dieciséis años; y a esa edad no se comprenden todavía los vértigos de la finitud. Porque de eso trata, esencialmente, esta novela: de la forma en que la saliva se va espesando en la garganta cuando una persona llega al arrabal de la vejez y se da cuenta de que en el librillo de papel de fumar le sale la hoja roja. Es decir, la advertencia de que está a punto de llegarse al término de todo. Le ocurre así a don Eloy, un funcionario municipal de pequeña categoría que cumple los setenta y es invitado a abandonar su puesto de trabajo. Dos de sus amigos de toda la vida (Pepín Vázquez y Poldo Pombo) ya fallecieron; también lo hizo su esposa Lucita; y la misma suerte corrió su hijo Goyito… Y mientras intenta adaptarse a la nueva situación de “clase pasiva”, muere también su amigo Isaías (la escena que Delibes encuadra en el cementerio, durante su inhumación, es memorable). Solamente le quedan dos personas a las que aferrarse: su hijo León, que es notario y mantiene con él una actitud despegada, y su sirvienta Desi, una veinteañera pueblerina y de mente no muy brillante, que anda enamoriscada del Picaza, un mozo no menos basto que ella.
De la mano del narrador vallisoletano, acompañamos a don Eloy de visita a su antiguo trabajo (donde ya se lo ve con distancia e incluso con cierta aspereza), a la óptica de Pacheco (donde se le deja paulatinamente claro que estorba) y a otros lugares, en los que el anciano no encuentra ni felicidad ni sitio. Todo parece estar diluyéndose a su alrededor. ¿Qué le queda? ¿A qué se aferra? ¿Hacia dónde ha de dirigir los ojos, para no sucumbir a la tristeza más desoladora?
Una novela elegante y honda, llena de reflexiones sobre el paso inexorable de los años, que los lectores disfrutamos y aplaudimos, aunque a los no laístas (también hay que decirlo) nos sangren los ojos constantemente con la proliferación de esos chirridos gramaticales. Como se trata de don Miguel Delibes, claro está, se lo disculpamos.