Libro: La hojarasca
Autor: Gabriel García Márquez
páginas: 144
Editorial: Literatura Random house
ISBN: 8439729200
pvp: 16,06 € (también en versión
Kindle a 2,37 €)
Este ejemplar de la foto lo conseguí en
un rastrillo, tenía marcado precio de
175 ptas., me costó 1 €.
Al leer La Hojarasca por fin entiendo muchas cosas. Gabo Márquez publica esta novela en 1955, doce años antes que 100 años de soledad. Aquí aparece por primera vez el nombre de Macondo que a su vez tiene mucho de su Aracataca natal como dijo en más de una ocasión. Allí nació Gabo, y allí nació el escritor. Luego emigró hacia otros lugares, otras latitudes, otras literaturas. Esto hubo quien no se lo perdonó porque querían leer más realismo mágico. Yo sí que se lo perdono: este gesto de cerrar página y abrir otra es necesario para crecer como escritor. Con la Hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y 100 años de soledad fue suficiente, no hizo falta más.
La novela transcurre en Macondo. Allí muere un doctor, un personaje que llegaría al pueblo unos años atrás y que por una dejadez incomprensible en sus funciones se gana la antipatía y el repudio de todo un pueblo, de todos menos de quien lo acogió en su casa al poco de llegar: el coronel. En esa casa se retira y vive durante un tiempo extraordinariamente largo hasta que se muda a una casa a poca distancia de la del coronel. Allí se encierra, no sale más a la calle, y termina ahorcándose por razones desconocidas. Durante esa convivencia, se establece una especie de deuda de sangre entre el médico y el coronel que hace que éste deba darle sepultura aún teniendo a todo el pueblo en su contra. La novela empieza con el velatorio del doctor en el que participan el Coronel, su hija Isabel, su nieto y algunos campesinos que trabajan para el coronel. La novela abarca un período de tiempo que no serán más de dos horas y en esas dos horas los tres personajes (El Coronel, Isabel y su hijo) ponen sus voces para expresar cómo vive cada uno la misma realidad. Son voces que viajan del presente al pasado, al más remoto en el caso del coronel, al más reciente en el caso de Isabel y al presente más inmediato, incluso al futuro próximo en el caso del niño. Creo que en esta exposición de voces narrativas es donde radica la intención de Gabriel García Márquez.
La Hojarasca cuenta mucho de lo que supuso la llegada y posterior marcha de la United Fruit Company, la compañía bananera que cambió para siempre el paisaje y las vidas de los habitantes del departamento Magdalena en Colombia. Llegaron, invirtieron y trajeron el desarrollo a la región y con él muchos de los vicios y miserias del crecimiento económico: la corrupción, la explotación mezquina y los abusos de poder. La situación se hizo insostenible, el ambiente irrespirable (como el de esa habitación del velatorio de La Hojarasca) y acabó con los trabajadores alzándose y al ejército colombiano, enviado por el gobierno que se había aliado con la bananera, cargando contra sus propios hermanos dejando un centenar de muertos y varios centenares de heridos. La compañía se marchó y dejó todo aquello cuando ya no les interesó. Atrás sólo quedó abandono: la hojarasca.
Según veo, esas tres voces son una sola, la voz de la hojarasca en sí, que habla de lo que pasó, de lo que pasa y de cómo hay que vivir a partir de ahora. La voz de los recuerdos (el coronel), la voz de Isabel, que cuenta lo que ha pasado, cómo es abandonada por su esposo después de dejarla embarazada de un hijo para que no se olvide nunca más de él (porque es igualito a su padre), un marido al que no vuelve a ver nunca más (como las bananeras, está claro el símil). Y para acabar (y con él acaba el libro) el niño, que no tiene culpa de nada, que no pidió nacer sin padre, que sólo sufre la realidad sin buscar un por qué, que tiene calor porque hace calor, que soporta estoicamente los sofocantes paños de vestir que le puso su madre, y que sólo espera que todo acabe para ir a jugar con sus amigos, esa visión de futuro casi inmediato, sin mirar más allá que lo que suceda dentro de unas horas. En todo ese espacio narrativo se respira puro existencialismo, las cosas suceden porque suceden, nada de rencores, nada de preguntarse un sólo por qué, al más puro estilo de aquellos autores como Albert Camus o Sartre. Así debían de sentirse aquellos colombianos de la primera mitad del siglo XX: el progreso les vino y no lo pidieron, el progreso se fue y dejó sólo Hojarasca. No cabía preguntarse por qué. Algunos lo hicieron en el camino. Murieron tiroteados.