Por
mucho que nos cueste admitirlo desde nuestro genético sentido optimista de la
vida, los españoles estamos ante una de esas horas que los taurinos dirían de
la verdad. Machacados como nos tienen
los ‘zapaterianos’, ‘marianiles’ y asimilados menores regionales que nos
han desgobernado desde hace ya casi una decena de años, sin contar los últimos
dos sobrantes de los ‘josemaris’, la orfandad
más esterilizante se ha adueñado del altar pagano de nuestras advocaciones políticas.
Reinventándonos sin líderes
Así,
sin referentes con los que guiarnos y en quienes confiar y ayunos de
esperanzas, debemos reinventarnos con lo
que siempre nos ha dado fuerza: la confianza en nuestras propias posibilidades;
base donde se sustenta el optimismo vital a que antes me refería. Eso, unido a
la solidaridad familiar que también es una generalidad entre nosotros; padres,
abuelos, hermanos, cuñados, amigos y demás familia; y la picaresca – léase
economía sumergida forzada mayoritariamente por el mal gobierno - que tantas veces hemos citado como negativa
pero que tiene como lado positivo el enorme talento creativo hispano para tirar
hacia adelante, más el estado del bienestar en cuestiones básicas, son las
cuatro patas del banco que aún sostiene las constantes vitales de nuestra
sociedad.
Sin
ello no se explica, como bien han proclamado algunos observadores
internacionales, que con la complicada situación económica que padecemos y el
estigma del veintitantos por ciento de paro como estandarte de la misma siga
brillando el sol en nuestras calles. Bares, restaurantes, tiendas, estadios y
recintos deportivos, carreteras, espectáculos musicales, fiestas, y un largo
etcétera costumbrista como si aquí no pasara nada. España en estado puro.
La
pena viene por el lado de los políticos y demás representantes de la ciudadanía
o de la llamada sociedad civil, como casi siempre también.
Y
es que, en lugar de enarbolar banderas auténticas en las que pudiéramos
engancharnos, ‘sus mediocridades’ están dedicados a lo suyo: figurar, chupar
del bote de los tontos contribuyentes, preservar sus cesantías, pensiones y
demás prebendas y canonjías de ‘quiquí’; y tirar de cuantas levitas sea
menester, cuando no otras bajezas de mayor desvergüenza, para ganarse la
voluntad de sus ‘listeros’. ¿Excepciones? Pocas o mudas.
Las realidades auténticas
Uno
de los estandartes a que me refiero sería el de luchar sin descanso contra el
paro, que fórmulas hay suficientes como ya hemos dicho reiteradamente: primar
de verdad la creación de empleo con valientes medidas fiscales, bajar los
impuestos para que el dinero esté en los mercados del consumo y no financiando
a fondo perdido ineficiencias públicas, y facilitar el mantenimiento y la
creación de empresas y la promoción de
emprendedores suprimiendo las barreras de todo tipo que hoy impiden o
retrasan hasta el aburrimiento a quienes lo intentan; desde las burocráticas y
normativas hasta las financieras y fiscales.
Otro
banderín sería el del reiteradísimo adelgazamiento del enorme y
desproporcionado sector público que nos arruina drenando los recursos
económicos que deberían a financiar al sector privado, único actor relevante en
la auténtica creación de empleo real. Lo público debería reducirse al
mantenimiento del citado estado del bienestar entendiéndolo como una sanidad y
educación eficiente para todos, a la justicia, la seguridad y a la previsión social, y una digna
representación política de la ciudadanía. Todo lo demás habría que remirarlo para ver por dónde meter el bisturí
con valentía extirpando todo lo que fuera menester. Empezando por suprimir la
palabra subvención del lenguaje de los distintos presupuestos públicos. El que
quiera polvo que vaya a la era y no se enganche a la teta de todos para vivir
del cuento o sacar adelante las elucubraciones de muy distinto pelaje que nos
sangran por doquier causando, además, la desmoralización de quienes se juegan
su vida y sus cuartos en poner en marcha sus proyectos. Partidos, sindicatos,
patronales, fundaciones, empresas públicas y similares bajo una lupa
potentísima.
Y,
finalmente, sería muy necesario que enarbolaran la bandera de la honestidad
tirando de una vez de la manta de todas las corruptelas, chorizadas,
desvergüenzas, latrocinios y demás ralea que por activa y por pasiva llenan hoy
los juzgados de medio país y tantos espacios informativos, más los que están en
la cola, para oprobio del pueblo español que asiste abochornado al espectáculo
lamentable que demasiados personajes que pululaban y pululan por las
instituciones antes mencionadas nos endilgan.
Juego de mediocres
Si
los de Zapatero ignoraron canallescamente
la crisis, los de Rajoy han
ninguneado hasta su programa. Si aquellos nos fastidiaron mintiendo, estos lo
mismo pero estafando a los incautos que
esperanzadamente les votaron
mayoritariamente. Y ninguno ha cogido el toro de verdad por su cuernos y blandos por puras mediocridad
y cobardía.
Cuatro banderas
“A por el Empleo” “A por el Estado útil”
y “Contra la Corrupción” Tres
banderas bajo las que lucharíamos millones de españoles con entusiasmo. Lo
demás son cuentos para dormirse ellos mismos sobre nuestras ilusiones y
carteras.
Y “A por la Valentía”. Porque cuidado, no
sea que del folklorismo preocupante de tantos independentismos irredentos
pasemos de nuevo al tiro y la bomba en la calle, en anteriores y nuevos lugares. Unos supuestos
intelectuales cargan las pistolas con palabras más o menos hermosas y otros
descerebrados las disparan ladrando. Del sentimentalismo más o menos
justificado al salvajismo injustificable. De la utopía nacionalista al crimen
más atroz media un pequeño paso.
¿Por
qué no se reúnen a analizar de verdad con los papeles necesarios; balanzas
fiscales, deudas reales históricas y ventajas forales incluidas; y se dejan de
medias verdades, cerrilismos, mentiras
obscenas e historias trucadas; enrocados tras banderas de fortuna, y llegan a
conclusiones entendibles exentas de
visceralidad y de ventajismos partidistas para engaño de tantos y oprobio de
muchos más? Sería lo valiente y honesto.
Y si al final alguien quiere marcharse razonadamente, pues adelante.
Pero, eso sí, de verdad y con todas sus consecuencias y no amagando con la boca
pequeña. Porque, seguramente, habría menos púgiles de salón, como Mas, Garitano y compañía; con las
cuentas reales y el futuro inmediato en las manos.