Revista Moda

La hora de las lolas

Publicado el 06 agosto 2010 por Tuestilistaonline


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LA HORA DE LAS LOLAS
Paula Grande
Las protagonistas de mi post de hoy son las lolas. No las lolitas, ni Lola la Faraona, aunque sí, ellas también tenían un par. Y es que siempre que llega el verano el pecho femenino cobra protagonismo (si es que alguna vez deja de tenerlo) y especialmente este año, hay una ola de noticias sobre lolas o, dicho más técnicamente, de informaciones sobre los hábitos de vestuario de las españolas, relacionados con el veraneo y la playa.
LA HORA DE LAS LOLAS
Por un lado, parece que el topless está de capa caída (o tal vez debería decir de sujetador subido) entre las más jóvenes, que ya no ponen sus pechos al sol con la misma frecuencia con la que lo hacen sus madres. Yo misma, que lo practico con normalidad, me corté este fin de semana cuando acudí a una playa urbana, de la que no soy habitual, y descubrí que absolutamente ninguna mujer a mi alrededor se había despojado de la parte de arriba del bikini. Las razones que mencionaba el reportaje son diversas: que si les da pudor, que si les parece ordinario, que si no les gusta que las miren y la que me pareció mejor de todas: por lo visto, algunas chicas no lo practican porque creen que su pecho no está a la altura: no físicamente, porque en la veintena es difícil no tenerlas bien subidas, sino de tamaño, forma, o lo que sea.
LA HORA DE LAS LOLAS
Vamos, que por pensar que no cumplen con los estándares que mandan los cánones estéticos para las pechugas, optan por no mostrarlas. Que digo yo, si esta teoría se popularizara, habría que llevar guantes si se tienen las manos feas, o prescindir de las sandalias en caso de callos y/o juanetes.
Sin embargo, otra encuesta reciente decía que un porcentaje altísimo de la población está a favor del topless en la playa, y algunos incluso apoyan está practica en los paseos, terrazas de ¡comercios y restaurantes!
Esto sólo me lo explico si los encuestados son mayoritariamente tíos que quieren ahorrarse el gasto en revistas de esas para hombres, en las que salen chicas en bolas. Porque a mí, ante esta posibilidad, se me plantea un conflicto interno, nacido del choque entre el respeto que siento por la libertad ajena y el que merece mi propia sensibilidad, que se puede ver fácilmente herida si esta práctica se populariza. Porque seguro que los encuestados, al planteárseles la pregunta, comenzaron a pesar en Scarlett Johansson, Penélope Cruz o Shakira, y así cualquiera.
¿Pero y si bajas a la tienda de la esquina y te encuentras despechugada a la vecina del quinto, a tu madre en la plaza del pueblo y a tu jefa en el paseo marítimo? Igual entonces cambiaban de opinión.
LA HORA DE LAS LOLAS
Yo lo del súper como que no lo veo, porque llevar el bolso para las llaves y el monedero colgado al hombro, con las tetas también colgando, se me hace extraño. Y en las terrazas tampoco le veo sentido, la verdad. Si hace mucho calor, pues a tomar cañitas, que refrescan mucho, y listo. Lo que no pueden pretender, ni los turistas ni nadie, es sentarse en una silla metálica, a pleno sol, a las cinco de la tarde, en agosto y estar fresquito; para eso habría, como mínimo, que cambiar de hemisferio. Además, animar esas costumbres supone acercarse peligrosamente a la aceptación social del desnudo integral de ellos y ellas, y cualquiera se sienta en una silla recién abandonada por un tío desnudo. Uf, los efluvios corporales. Y en un sitio concurrido, ni te cuento. Esos roces “cachete con cachete, pechito con pechito, ombligo con ombligo…”. Vale, vale, ya paro.
La avanzadilla de los partidarios del nudismo urbano es muy visible, cada verano, en determinadas zonas costeras, donde es habitual ver mujeres en bikini fuera de las playas, y hombres a pecho descubierto. Algunos ayuntamientos han comenzado a reaccionar, recomendando a sus visitantes que se cubran mínimamente para comprar, tomar algo o simplemente pasear. Yo pensaba que esta era una ocurrencia propia sólo de ingleses/alemanes, e incluso los comprendía, pensando: pobrecitos, es que deben pasar un calor horrible, veraneando en España. Pero eso no quiere decir que me parezca apropiado. No. Me parece de un mal gusto horrible, comparable con quitarse los zapatos en un restaurante, rascarse la entrepierna o eructar en público. Comportamientos ante los que una concluye: “Animalicos, no saben más”.
Pero la costumbre debe de estar mucho más extendida de lo que yo pensaba, aunque por estos lares aún llame, y mucho, la atención, ver a una mujer fuera de la playa en bikini. Vamos, que las calles del centro de la ciudad donde yo vivo no se le ocurre a ninguna, a menos que le apetezca provocar un accidente de tráfico. Porque, por esta zona, lo normal es ir vestido a la playa. Mi churri, sin ir más lejos, lleva pantalón corto, camiseta y chanclas, es decir, prácticamente lo mismo que para salir a tomar unas cañas en agosto. Y yo, si bien no utilizo la misma ropa, si que voy igual de tapada –o de destapada, según se mire-: camiseta y short o falda, o bien vestido, o incluso leggins con camisola. Y el pareo lo llevo también, pero en la cesta de la playa, por si en algún momento refresca. Está visto que soy una mujer de extremos porque, una vez en la arena, no me corto nada en quedarme en braguita para tomar el sol. Pero cada cosa, en su sitio.
LA HORA DE LAS LOLAS
Así que ya sabéis, si este verano pasáis vuestras vacaciones en alguna zona costera, un único consejo: no os paseéis en bikini o descamisetados por la ciudad. Seguro que los vecinos de vuestra ciudad-anfitriona os lo agradecerán. Ya se sabe: donde fueres, haz lo que vieres.
Pero de choques culturales en cuestión de vestuario prometo hablar otro día.
Hasta la próxima semana.


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