Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
En la vida de los humanos hay momentos que la definen toda. Quizá puede ser cuando se decide cuál carrera estudiar, o mudarse de pueblo, acercarse a alguien. Cuando el Che acepta la invitación de Fidel en casa de María Antonia parece ser uno de estos momentos, o cuando Camilo grita en Alegría de Pío: ¡Aquí no ser rinde nadie! O cuando Bolívar proclama: ¡¿Trescientos años de calma no bastan?! para derrotar a los reformistas de entonces, o cuando Chávez decide ser militar y no pelotero, o cuando Fabricio renuncia al curul, lo cambia por la miasma del campamento, o cuando el Che se va al Congo, a Bolivia… Son muchos los ejemplos, cada uno de los seres humanos tiene sus propios momentos que tallaron esos miles de millones de vidas.
En las Revoluciones se repiten estos instantes, son políticos, pueden ser culturales, sociales: Aquel discurso del Jardín Botánico, cuando el Comandante declaró el carácter anticapitalista y antiimperialista de la Revolución es uno de ellos, la carta que sacó el militar donde declaraba que no había renunciado, y, por encima de todo, el ¡por ahora! El triunfo sobre el golpe de Abril, sobre el sabotaje petrolero, todos son momentos definitorios, relámpagos que marcan un camino. Ahora bien, parece ser que todos estos momentos, las contradicciones que allí se expresan, tarde o temprano se concentran en un punto, quizá el poeta lo llamaría el Aleph: el punto que contiene todo los puntos, nosotros diríamos, la contradicción que contiene a todas las contradicciones. Ese punto histórico es la economía, sus actores varían, pueden ser el Che y Carlos Rafael, pueden ser Bolívar y Santander, Kerensky y Lenin. Lo que sí es una ley es que ese punto donde todas las contradicciones son convocadas es la economía, lo que allí pase determinará al mundo. Este país, la Revolución, está en este momento, en el punto que resume la vida de todos y de la Revolución: ¿Qué hacer con la economía? ¿Cuál camino tomar? No hay dudas, nos encontramos en el tiempo y lugar donde todo se define, “la hora de los hornos” del Apóstol. Los hombres del alto gobierno también están en este punto cuando sus decisiones determinan el destino de todos nosotros, y sin exageración, del Continente, del Planeta. No es casual que el campo económico se agite, muchas proposiciones sobre qué hacer con la renta, sobre ella se precipita la sociedad como aquellas corridas tras una veta de oro, con el hervor de la fiebres del oro, abundan las dentelladas, los chantajes, los jalones. Parece que se borró el futuro, no importa nada más que un pedazo de pastel, no existe el mañana… se actúa como si el maná fuese infinito, danzamos alrededor del becerro de oro negro. Se presentan dos caminos: Uno, la tentación de seguir vertiendo el maná, la ambrosía, que siga la fiesta, ¿y después, cuando se acabe la embriaguez, cuando se agote el convite?… Mejor no pensar en eso, lo importante es permanecer, no importa transformados en qué. Llegar a la candidez de pensar que existe una burguesía mala, a la que le gusta los dólares, comerciante, importadora, y otra burguesía buena que produce o puede producir es un error imperdonable. El capitalismo, en cualquiera de sus versiones, es ladrón de la riqueza social, se nutre del robo del trabajo o del robo de la renta. Este es el camino de la restauración, que será cruenta, fascista. Ahora bien, el que aquí exista la lumpen-burguesía obedece a la lógica de país rentista capitalista, es propia de esa relación, la burguesía busca la ganancia más fácil y para ella más expedito es despojar a la sociedad de la renta que despojarla del trabajo, por eso se alzan con los dólares y no producen nada. Por eso, sin barrer con la relación capitalista, es decir sin cambiar las relaciones de propiedad, no puede haber Revolución triunfante, el Socialismo será sólo un sueño truncado. El otro camino, usar la renta para establecer nuevas relaciones, ahora de propiedad social de los medios de producción entrelazados con la Conciencia del Deber Social. Tener el coraje de proponer a la sociedad el fin de la embriaguez, restablecer la relación esfuerzo-logro, dejar de caminar hacia el abismo, detenernos a pensarnos. Recomponer urgente la pasión perdida. Este camino tiene el riesgo de la incomprensión, es riesgoso pero, como dijo Argimiro, es el camino. Sólo así avanzaremos al Socialismo. Llegó la hora de las definiciones… Ahora sabremos de verdad qué somos.