Revista Opinión
Están los sectores ultraconservadores, dentro y fuera de las fronteras estadounidenses, encantados, alborozados y excitados con el gran éxito del "Tea Party", el movimiento liderado por la ex gobernadora de Alaska, Sarah Palin. "No está cualificada para ser presidenta", llegó a decir a sus amigos George W. Bush, el hombre que, según comentaba su esposa Laura, cree que todos los problemas se arreglan con una motosierra o que un caballo puede ordeñarse, el hombre que considera que Irak será solo una coma en la historia.
Si la opinión de Bush sobre Palin es o no fruto del deseo de que nadie le arrebate el título de peor presidente de la historia de los Estados Unidos es algo que desconozco. Que el apoyo ciudadano que ambos dirigentes han recibido o reciben está basado en su mensaje populista es algo de lo que no me cabe la menor duda. Bush y Palin son dos ejemplos claros de que el éxito no está reñido ni con la ignorancia más absoluta ni tampoco con la mediocridad. Han sido y son el reflejo de un sector de la sociedad que, por ejemplo, es capaz de aplaudir a una Palin que justifica los garabatos de sus manos con un "es el teleprompter de los pobres" mientras gana 760.000 euros anuales de la cadena Fox News por sus comentarios enlatados, o de idolatrar a una mujer que adorna sus discursos con frases como "los fundadores de la patria" pero es incapaz de decir el nombre de solo uno de ellos.
Es la hora del populismo barato que se vende ornamentado de valores que no se practican, la hora de las incoherencias supinas, del predico pero no con el ejemplo. "Lo peor de la ignorancia es que, a medida que se prolonga, adquiere confianza". Y si va de la mano del descontento ciudadano hacia quienes les gobiernan, también escaños.